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viernes, 2 de octubre de 2015

LUCAS 10, 13 CORZIN Y BETSAIDA

LUCAS 10, 13 – 16: »¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Si se hubieran hecho en Tiro y en Sidón los milagros que se hicieron en medio de ustedes, ya hace tiempo que se habrían arrepentido con grandes lamentos. Pero en el juicio será más tolerable el castigo para Tiro y Sidón que para ustedes. Y tú, Capernaúm, ¿acaso serás levantada hasta el cielo? No, sino que descenderás hasta el abismo. »El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza a mí, rechaza al que me envió.»



El mensaje y el mensajero son, a las veces, aceptado y rechazado. Aceptado por aquellos que confían en las palabras, en la noticia, en la predicación; rechazado por los que guardan recelo o no están conformes. Nosotros mismos, aún siendo creyentes, en muchas ocasiones se diría que somos como Corazín y Betsaida, que a pesar de los múltiples milagros que acontecen a nuestro alrededor no somos capaces de dejarnos cautivar por la esencia de Dios. Sea a través de un gracias, por medio de una ayuda, en una gentil sonrisa… o echándonos una mano, soportando nuestras desgracias y acompañándonos en momentos difíciles, cada día ocurre uno u otro milagro al lado, al ladito nuestro y los pasamos por alto. ¿Acaso esperamos ver caer fuego del cielo?¿Acaso asistir a otra pesca milagrosa? Si, fijándonos, hoy en día suceden muchos más (y tan grandes) milagros entre nosotros.

Corremos el riesgo de convertirnos en aquellas ciudades que no lograron entender, ver y aceptar el milagro del Reino de Dios, que si bien tiene una faceta espiritual, también tiene otra física que depende de la vida, de las personas y de cómo nos comportamos, hacemos, ayudamos, convivimos… Nadie, absolutamente nadie, puede decir que junto a él no hay milagros, porque sea en una primavera floreciente, o en un día de lluvia regenerador, o con un sol vivificante en cada estación, en cada momento, todo lo que está ocurriendo lleva el sello de Dios. Claro, quizás el problema es que somos muy espirituales y si no vemos levitar a un místico todo lo otro que ocurre es cotidiano, mundano. Nuestro peor peligro es la misma costumbre, que nos impide valorar la grandeza de la vida.

Cada día el espacio se abre, se ilumina, oscurece y en cada tiempo ocurren cosas maravillosas, inexplicables, que nos abren a lo trascendente, a lo asombroso, al wow! Entonces podemos decir que cada día es una nueva oportunidad de saborear todo lo divino que ocurre alrededor nuestro, y si nos sobrecogemos es que estamos muy cerca del Padre, y el Padre muy cerca de nosotros, aunque Él siempre lo está. Caray! Date cuenta.

Seamos de la plenitud y ayudamos de la carencia porque pruebas tenemos más que suficientes como para vivir felices, agradecidos, llenos de amor, satisfechos, esperanzados, ilusionados… apasionándonos por la vida, por la existencia, por el otro y por el mundo. Claro, y también por Dios. Que no nos pase como estas ciudades con tan grande expectativa que se les olvidó lo más imprescindible, lo que ocurría tan cerquita y que aún tocándolos menospreciaron.


Hoy tenemos todo por vivir, por hacer, por sentir, por conseguir… dejémonos tocar por la estela de Dios, que todo lo abarca. Abramos el corazón a este nuevo día, a cada olor, a cada ruido, a cada persona, a cada momento… y que al final del día ya no seamos Corazín ni Betsaida.

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