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jueves, 1 de octubre de 2015

LUCAS 9, 57 NI A LOS PADRES, NI A LOS MUERTOS

LUCAS 9, 57 – 62: Iban por el camino cuando alguien le dijo: —Te seguiré a dondequiera que vayas. —Las zorras tienen madrigueras y las aves tienen nidos —le respondió Jesús—, pero el Hijo del hombre no tiene dónde recostar la cabeza. A otro le dijo: —Sígueme. —Señor —le contestó—, primero déjame ir a enterrar a mi padre. —Deja que los muertos entierren a sus propios muertos, pero tú ve y proclama el reino de Dios —le replicó Jesús. Otro afirmó: —Te seguiré, Señor; pero primero déjame despedirme de mi familia. Jesús le respondió: —Nadie que mire atrás después de poner la mano en el arado es apto para el reino de Dios.



A la vista está que el evangelista pone en boca de Jesús palabras muy duras. Hay que dejarlo todo! Nosotros, que podemos pensar, entenderemos que para aquellas primeras comunidades, que estaban perdiendo la esencia de aquella primera noticia, necesitaban que los suyos fueran prestos a dedicarse al evangelio. Quizás en aquellos momentos no habría el furor de los llamados de los discípulos, que lo dejaron todo, y por ello Lucas decide tomar cartas en el asunto para presentarnos tal exageración: dedícate, primero, al evangelio. Habrá veces que en nuestra lectura encontraremos pasajes complicados, pues debemos entender las carencias de estas comunidades que, aprovechando el mensaje de Jesús, describen lo que les está ocurriendo a ellas.

¿Y nosotros? Bueno, imaginemos… viviendo como vivimos en este mundo cada vez más secular estará de más decir que no sólo enterrar a nuestros padres o despedirnos de ellos, sino que primero déjanos vivir la vida, ganar dinero, formar una familia… y finalmente, si lo vemos necesario, te seguiremos. Es una gran parte de nuestra realidad, que hemos dejado hace años la evangelización y que, por ejemplo, en las escuelas (en la formación) se ha desplazado a Cristo por una ética, y a esta ética por módulos de periodismo, sociología… Como si leyéramos una historia de Asterix, únicamente, en una pequeña región, viven unos cuantos cristianos que siguen bautizando a sus hijos, llevándolos a catequesis… y en esa pequeña región aún menos son los jóvenes que se confirman.

Claro, también exagero un poco! Pero es verdad, hemos desplazado nuestra necesidad de Dios, nuestra capacidad trascendente, y cualquiera se pone ahora a trabajar por el evangelio teniendo que pagar las letras del coche, del viaje de novios, los libros del cole, los recibos del agua y del gas… Tendríamos que decirle: Señor, déjame regularizar mi saldo, mis impagos, coger la baja unos días en el trabajo, llenar la nevera para los de casa, ponerme algo cómodo y, pronto, te seguiré.

Esas son nuestras prioridades, no hay que avergonzarse, no pasa nada. Nuestro mundo se mide por la capacidad económica de cada uno, su solvencia, su puesto de trabajo, cómo viste, cómo come… el evangelio ocupa uno de los últimos lugares, seamos conscientes. Pero aparquemos todas estas urgencias de nuestro tiempo y sentémonos para guardar unos minutos de silencio, a escuchar, ¿Qué es lo que me está pidiendo el alma?
¿Qué es lo que justo ahora estoy necesitando?
¿Por qué, a pesar de todo, hay vacío en mí?
¿Esto es lo que quiero?


Si te viene alguna pregunta, o si preguntándotelo necesitas las respuesta, el texto hoy cobra significado para nosotros: dejadlo todo, todo… padres o muertos… dejadlos, y seguid a Cristo, curad el alma, recobrad aliento y volved a la vida. Hay que empezar a girar esos valores, esas necesidades y volver a construir desde el evangelio hacia fuera, cuidando del corazón, cuidando del alma.

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