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domingo, 11 de octubre de 2015

LUCAS 11, 27 LOS PECHOS Y EL VIENTRE

LUCAS 11, 27 – 28: Mientras Jesús decía estas cosas, una mujer de entre la multitud exclamó: —¡Dichosa la mujer que te dio a luz y te amamantó! —Dichosos más bien —contestó Jesús—los que oyen la palabra de Dios y la obedecen.



Tanto esta mujer, como el ángel en la anunciación, como generación tras generación, a la Virgen María se la llama (y se la llamará) dichosa, bienaventurada. No sólo a María, que por expresión divina recibió un encargo especial y único, sino que generación tras generación todos los hijos y las hijas que se levantan del “polvo” también tienen motivos para gritarles a sus madres: ¡Dichosa! Y a quienes también van a serlo, que se preparan para el acontecimiento por antonomasia: dar vida. Qué puede haber más especial, o qué puede recrear mejor al ese Dios Creador, que una madre que da a luz y, claro, un padre que la ayuda en el crecimiento, educación y formación del nuevo viviente. Podemos tratar de reducirlo a un conjunto de sucesos químicos y biológicos pero, esencialmente, el misterio de la creación, la sorpresa de la vida emerge del interior como un sacramento.

¿Y estos que oyen la Palabra y la obedecen? Esencialmente también son madres, pues llevan la simiente del Señor en su corazón que, poco a poco, proceso tras proceso, o según el caso, manifiesta en cada uno de nosotros una transformación hacia un yo, nuestro, nuevo, más solidario, más humilde, más cercano, más comprensivo, más atento, más agradecido, más vital… Felices todos aquellos que pueden renacer de la Palabra! Felices todos y todas las que son bautizadas! Los que se confirman! Los que viven su comunidad como un espacio de familia, de encuentro! O los que cuando viven, viven para los demás! Dichosos! Felices! Bienaventurados!

Quizás algunos podrían pensar que diciendo: Viva la madre que te parió! somos unos ordinarios. Pues que viva! El vientre, los pechos y lo que sea…

Por último, me reservo un viva para el final porque en estos próximos días voy a tener que exclamar uno, y bien grande. Vane y Jaume, que están ya a las puertas del nacimiento de su hijo, están siendo para mí un bello recuerdo de cómo se arropa, cómo se mima, cómo se prepara y cómo se vive la llegada de un pequeñín. Cuando nazca el pequeño Jaume, y sin levantar la voz, me acercaré cuidadosamente a su cuna y susurraré en sus recién abiertos oídos: Dichosa la mujer que te dio a luz! (y te amamantó… pero aunque eso también lo hará bien, vendrá luego).


Viva!

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