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lunes, 14 de marzo de 2016

JUAN 8, 1 UNA MANO POR UN PUÑO

Juan 8, 1 - 11: En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, le dijeron: - «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?». Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: - «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: - «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?» Ella contestó: - «Ninguno, Señor.» Jesús dijo: -«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.»


Es cierto como la vida misma que lo más difícil que existe para un ser humano es tratar de llegar a otro, u otros, que tienen el corazón petrificado. No necesariamente por odio, por recelo... sino porque, como comunidad, muchas veces tenemos el corazón repleto de nuestros pensamientos, de nuestras opciones, de lo que consideramos que está bien y que está mal, de juicios, prejuicios... Escribir en el suelo, o dibujar, no es fácil. El suelo también está duro y un dedo en muchas ocasiones no consigue traspasar esa realidad. En ese contexto vemos a un Jesús que encuentra más facilidades en la tierra misma que en el corazón de los hombres y mujeres.

Tengo claro que el mensaje del evangelio viene directamente a nuestras vidas para que seamos capaces de mostrarnos críticos, primero, con nosotros mismos. ¿Cómo una comunidad que dice que cree y ama a Jesús puede mostrarse petrificada ante la realidad? Bien, estos significa que todos podemos ser como estos judíos que querían justificar su lapidación y también como esa adúltera a la que Jesús dirá: no peques más. Nuestro pecado, el más importante, es que nos separemos de la realidad del ser humano. Cuando la comunidad mira a otro lado peca, cuando la comunidad se desdice de la realidad también peca... y cuando nos mostramos obtusos, intransigentes, resabidos o sin diálogo... también pecamos.

Más importante que lanzar una piedra es la vida de la mujer, del hombre. Más importante que la Ley, que la Torah, son las personas. Si no conseguimos regirnos por unos valores y unas leyes más humanizadoras, nuestro destino se aleja de la voluntad de Dios, que todos se salven. Y esta es la prolongación de la obra de Cristo, que el ser humano no caiga en el olvido, que no falte el sacrificio, el voluntariado, la solidaridad, la paciencia, el perdón... porque cuando yo acuso a alguien, cuando quiero castigarlo, cuando antepongo mis intereses... lo hago contra la misma imagen de Dios, quien me ama.

Entonces, ¿cuál es la enseñanza de este pasaje? El amor, no hay más. Porque por encima de los juicios sólo hay amor, y si algo puede no sólo escribir sino resquebrajar la piedra es la caridad.


Recuerdan aquel juego de piedra, papel, tijera. Pues el papel, que vence a la piedra, es una mano abierta que acoge a una mano cerrada, a un puño. Qué sabos aquellos niños y niñas que jugaban antaño. Aunque me vengas con un puño, yo te ofrezco mi mano.

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