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martes, 15 de marzo de 2016

JUAN 8, 21 ¿MORAL O PECADO?

Juan 8, 21 - 30: En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: - «Yo me voy y me buscaréis, y moriréis por vuestro pecado. Donde yo voy no podéis venir vosotros». Y los judíos comentaban: - «¿Será que va a suicidarse, y por eso dice: "Donde yo voy no podéis venir vosotros"?». Y él les dijo: - «Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allá arriba: vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Con razón os he dicho que moriréis en vuestros pecados: pues, si no creéis que "Yo soy", moriréis en vuestros pecados». Ellos le decían: -«¿Quién eres tú?». Jesús les contestó: - «Lo que os estoy diciendo desde el principio. Podría decir y condenar muchas cosas en vosotros; pero el que me ha enviado es veraz, y yo comunico al mundo lo que he aprendido de él». Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre. Y entonces dijo Jesús: «Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que "Yo soy", y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada». Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él.


El evangelio de Juan nos sitúa, muchas veces, ante un clima de controversia en el que vemos a Jesús en discusión o con sus adversarios, o incluso con sus discípulos. Los primeros no aceptan a Jesús como Hijo de Dios, los segundos no lo comprenden. En este caso estamos en la ante sala del pasaje del ciego de nacimiento y, por tanto, el autor empieza a introducirnos el tema del pecado. Pecado que por aquel entonces no tenía la carga moral que hoy podemos darle al término sino que, más bien, se refería al incumplimiento de la Torah. No obstante, y dando otro giro inesperado, para el evangelista el término pecado va a ir asociado a la no creencia. Así, el verdadero pecado será no creer que Jesús es el Hijo de Dios.

Está claro que nuestra concepción occidental de las cosas nos lleva a interpretar, o a comprender, el término pecado bajo el espectro de lo moral, y de una moralidad que puede atentar, o no, contra Dios. Pero la intención del evangelista es absolutamente diferente y, como cristianos, como seres humanos, debemos comprender aquello que verdaderamente comprende a Dios y aquello, por el contrario, que se nutre de concepciones humanas, de leyes que surgen de la experiencia, de la tradición y de la eterna persecución del bien sobre el mal. A este respecto, ¿podemos todavía mantener el concepto de pecado tal y como sigue entendiéndose en nuestra cultura?

Absolutamente no.

Vivir anclados en el fundamentalismo del primado del pecado sobre nuestras vidas es vivir subyugados a una religión esclava, que penaliza, que juzga, que tiene capacidad para apartar a las personas según su moral. Pero la historia y la educación nos demuestan que lo que podemos entender en cuestiones éticas o morales depende de cada lugar en concreto. No hay la misma carga moral en Dominicana que en España, ni en Alemania o en Costa de Marfil, por no decir en Tejas o en Nueva York. Entre los países del Norte hay líneas de igualdad, declaraciones que aunan esos esfuerzos por construir una determinada separación entre lo bueno y lo malo. Entre los países del Sud hay otra, condicionada `por las situaciones de desigualdad, por la falta de educación, por los episodios de guerras y terrorismo... Por tanto, tratar de extrapolar nuestra idea de pecado hacia una zona u otra es tan peligrosa, tan dañina, tan irreal que debería llevarnos a repensar que muchas formas de pecado son insostenibles en el mundo.

¿Qué le toca a la comunidad cristiana? Eminentemente dedicarse a desmitificar la moral y centrarse en el primado del Amor, en la fraternidad con las culturas, con las situaciones... abandonando toda juridicidad en beneficio de la educación, dejando de banda nuestras convicciones morales, atendiendo al caso concreto y procurando que no pase otra generación entre la sombra de la superstición, la duda y confusión que provoca este término pecado.

Si ayer hablamos de no tirar piedras, hoy podemos hablar de no condicionar al ser humano, de educarlo, de dejar permitirles su creatividad, su iniciativa, un desarrollo según sus posibilidades sin el estigma del pecado.

Hay que cambiar, seguro, porque no podemos hacer nuestra propia moral de la fe universal en Cristo, que es amor.

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