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martes, 17 de abril de 2018

JUAN 6, 30. PAN DE VIDA

 JUAN 6, 30 – 35—¿Y qué señal harás para que la veamos y te creamos? ¿Qué puedes hacer? —insistieron ellos—. Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Pan del cielo les dio a comer.” —Ciertamente les aseguro que no fue Moisés el que les dio a ustedes el pan del cielo —afirmó Jesús—. El que da el verdadero pan del cielo es mi Padre. El pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo. —Señor —le pidieron—, danos siempre ese pan. —Yo soy el pan de vida —declaró Jesús—. El que a mí viene nunca pasará hambre, y el que en mí cree nunca más volverá a tener sed.


Estamos en pleno discurso del pan de vida. El evangelista recuerda a la comunidad judía que el verdadero pan que alimenta al pueblo no fue el maná que Dios hacía salir cada mañana durante el éxodo, sino que Jesucristo es la plenitud de Dios.

Los que se reunían dijeron a Jesús, “danos siempre ese pan”. Verdaderamente estamos necesitados de ese alimento que, además de satisfacer, llene de sentido nuestra vida. Buscamos aquí, buscamos allí, pero la realidad nos dice que hay mucha gente que no ha conseguido, todavía, alcanzar la satisfacción en la vida. Quizás nosotros sí, pero cierto es que también tenemos días de esos en que el sentido de la vida se pierde unos instantes. ¿la plenitud? Ciertamente es costosa, pero como dice la Palabra de hoy, no podemos ponerla confiando en lo que perece, lo que termina, o lo que circunstancialmente fue válido. Esa plenitud, en el pasaje de la samaritana, nos permite ver que alimenta el cuerpo y también el alma, y se coloca de tal modo que ya no hace falta buscar en ningún otro pozo.

El pan que compramos, o el pan que ofrecemos, aún gustoso… termina, y luego volvemos a tener hambre, compramos otro pan, lo comemos o lo partimos, volvemos a tener hambre. Este es el círculo de la vida física, que necesita irse alimentando para no desfallecer, para no morir. Pero nuestra alma no necesita que continuamente la estemos llenando de cosas, de ideas, de planes, de sueños… Juan nos explica que ese pan capaz de traernos paz proviene de la ingesta del pan de Cristo. Y aunque vuelva a tener hambre, aunque vuelvan las dudas, aunque la vida pueda ser un capítulo de victoria o de fracaso, si mi comida sigue siendo el pan de Cristo podré vivirlo todo con una capacidad de felicidad, de sosiego y de lucidez como no ofrece ninguna otra terapia espiritual.

Toda la vida buscando en el yoga, en la meditación, en trabajar los chakras, en el reiki, o la esperanza puesta en el poder de las piedras, del feng sui, o en la reencarnación. Es toda una esperanza, un deseo de vivir, sujeta a perderse, porque presentan un ideal que finalmente acaban por desengañarnos, no lo alcanzamos, no es suficiente… Y nuestro espíritu no necesita la presión del “tener que llegar a “, lo que necesita es vivir en plenitud.

Este es el pan de vida, no como el que nos ofrecían los profetas (aun por más grandes que sean), sino el que proviene del mismo ser de Dios. Es la única esencia universal, que nunca termina, la que se nos ofrece sin precio, gratuitamente, y en libertad (también podemos aceptarla o no). La invitación no es para comer un pan vacío, o una de esas baguette que no sirven para nada a la hora, la invitación nos viene para vivir en esta vida lo que es el Reino de los cielos, y para poder tender a esa trascendencia que se concreta en la vida misma, sin engaño, sin cobertura. Vive con la satisfacción del pan de vida y vivirás lo que es el amor que viene del Padre y que se encarna en este mundo en el que vivimos.

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