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martes, 3 de julio de 2018

JUAN 20, 24. LA FE DE TOMAS

 Juan 20, 24-29: Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.» Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.» A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros.» Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.» Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»


Ciertamente podemos recurrir a los pasajes de las apariciones para fundamentar la correlación entre la experiencia de la muerte y la Resurrección de Cristo.
Lógicamente, también, podemos suponer la imposibilidad tangible de esa misma experiencia de Tomas en nuestros días. Bien, quizás alguna experiencia mística nos acerca pero aquí adquiere una relevancia especial la corporal. Para los apóstoles no se trató solo de una experiencia espiritual sino que fue corporal. Lo tocaron, comieron con Él... Pero igual que es licito creer, también lo es no hacerlo.

Nuestra fe es heredada. El groso de nuestras experiencias también. Podemos, claro, tirar de originalidad pero qué hay de genuino en una experiencia de fe? Pienso. A decir verdad hay que empezar a tomar muy en cuenta que nuestra experiencia no sea más que la sugestión de quien desea un encuentro. O que no deje de ser algo tan subjetivo que no pueda sino albergar siempre duda. En modo alguna es algo de lo que podamos presumir ciertamente aunque en verdad podamos testificar.

La fe e muchas cosas pero también es dudar. Cuanto menos dudar de tal forma que nos permita acercarnos a otras experiencias espirituales en apertura y aceptación, alejados de los límites de la verdad. La verdad y su posesión contaminan, separan, ahogan... Y siglo tras siglo buscamos tender a ella como si no viéramos la trampa que es. La fe es, en definitiva de cada uno y cada cual conoce en ella que hay, o no, de verdad. Pero tendidos a ser consecuentes manifestamos el gozo y la alegría, el amor y la solidaridad, pero no el dogma y la norma o es que olvidamos lo que haybde Misterio?

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