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miércoles, 11 de julio de 2018

MATEO 19, 27. QUE NOS VA A TOCAR?

 Mateo 19, 27-29: En aquel tiempo, dijo Pedro a Jesús: «Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?» Jesús les dijo: «Os aseguro: cuando llegue la renovación, y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para regir a las doce tribus de Israel. El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna.»


Cuando escucho el Evangelio de los privilegios no puedo dejar de pensar en todas aquellas realidades en las que el Evangelio supone una utopía. Lo es si en Occidente pensamos que la piedad nos santifica. Lo es si pretendemos asegurar la certeza de la vida eterna. Lo es si queremos trasladar el texto a contextos de exclusión. Lo es cuando detrás de él escondemos realidades sociales. Y Lo es cuando, entre otras cosas, lo vestimos de única verdad. Cuando privilegiamos los el texto en favor de los creyentes hacemos muchos actos de injusticia.  Cuando esperamos, en consecuencia, un premio a nuestra carrera no hacemos más que empequeñecer el relato evangélico en un mito.

A la pregunta ¿que nos va a tocar? Hay que responder con actualidad. Nos toca, por ejemplo, ser mas servidores, procurar por la defensa de las injusticias, caminar junto a los desfavorecidos, defender los derechos de los excluidos y de los marginados, ser más integradores, más abiertos, más generosos... Nos toca dejar un mundo mejor, cuidar de la Tierra, buscar espacios de salvación con diálogo y humildad, promover conciencias críticas y, también, terminar con procesos de corrupción, enriquecimiento ilícito y acumulación de poder. Bien, hasta ahí hay ya bastante trabajo.

Esta pregunta, no obstante, creo que hay que lanzarla a los sacerdotes, pastores, obispos... Porque vivimos en un tiempo de retroceso servicial y que beneficia el primado de lo litúrgico. Con ello asistimos a un regreso a instancias de poder y menosprecio del laicado. En lugar de aglutinar hay quienes desean volver a separar. En vez de celebrar a quienes se desean voltear. Ya no hay pastoreo, ni consuelo, sino que ahora vive el imperio del altar. Sí, vivir para ver! Qué malos los privilegios. Pero cómo nos gustan!

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