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martes, 10 de febrero de 2015

MARCOS 7 MAS DE UN CAMINO

MARCOS 7, 1 – 13: […] Ustedes han desechado los mandamientos divinos y se aferran a las tradiciones humanas. Y añadió: —¡Qué buena manera tienen ustedes de dejar a un lado los mandamientos de Dios para mantener sus propias tradiciones! Por ejemplo, Moisés dijo: “Honra a tu padre y a tu madre”, y: “El que maldiga a su padre o a su madre será condenado a muerte” Ustedes, en cambio, enseñan que un hijo puede decirle a su padre o a su madre: “Cualquier ayuda que pudiera haberte dado es corbán”(es decir, ofrenda dedicada a Dios). En ese caso, el tal hijo ya no está obligado a hacer nada por su padre ni por su madre. Así, por la tradición que se transmiten entre ustedes, anulan la palabra de Dios. Y hacen muchas cosas parecidas.



El mandamiento de Dios es uno, dice Jesús, aunque añade otro que es igual que el primero. Es tan importante, que en lugar de dos parece que sólo tenga sentido decir uno solo: Amarás a Dios con todo tu corazón, todas tus fuerzas y toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo. Más allá de este gran mandamiento todo lo demás tiene a ver más con aspiraciones humanas que con la verdad de Dios que pasa por el Amor. Para explicar qué es el Amor no hace falta escribir un libro, ni justificar una nación, ni hablar de pecado original, de batallas y/o profetas, de comunidades… Porque quien proclama la certeza del Amor vive en comunión con Dios y todo lo demás es accesorio, circunstancial y prescindible. Importa amar, que implica darse, ser generoso, preocuparse por, donarse, ofrecerse… El Amor es la causa y fin del mundo y de los seres humanos, todo hecho por amor y para amar.

Las diversas religiones tratan de re-ligar al ser humano con Dios, a establecer un puente de comunicación a través de la doctrina, de la oración, de las praxis… Crean un grupo de individuos para quienes alcanzar la verdad sólo se podrá hacer de una manera y así con cada confesión hasta llegar al abanico plural que hoy en día cubre la tierra, desde Oriente hasta Occidente. El conjunto de todas presenta muchas imágenes de Dios pero en lugar de enriquecerse una con la otra, se debaten en pleitos defendiendo la unicidad de cada una, su veracidad. El camino a Dios aparece, desde hace muchos siglos, trabado por las tradiciones de los hombres que han arrancado del pueblo la posibilidad de acceder a Dios con libertad, según el corazón de cada persona.

No puedo decir que la doctrina de los fariseos es peor que la mía, porque la mía también deja mucho que desear y también hiere, roba y miente. Pareciera que con el paso de los tiempos deberíamos haber sido capaz de contestar autónomamente a este poder de lo religioso para reivindicar nuestra libertad de propuesta al Amor de Dios. Y aunque sea propio del ser humano temer a lo desconocido, el tiempo ha ido cubriendo ese interrogante hacia lo desconcertante con tradiciones, leyes, estatutos y caminos. No hay espacio para mirar más allá del horizonte ni imaginación para hallar un camino de verdad. Sólo queda el reflejo que irradian toda una serie de hombres y mujeres especiales que mantienen viva la llama del Amor entendido desde la libertad, cultivado por Dios.


A pesar de que sean tiempos de apertura y de diálogo interconfesional y religioso, deberíamos traspasar ya los tiempos del acercamiento para encontrarnos definitivamente. Toda actitud es buena si finalmente consigue su cometido y alcanza a destruir murallas entre hermanos, pero de eso somos todos conscientes. Personalmente creo que todo este tiempo de diálogo ya tendría que estar superado más allá de lo puramente estatutario. Hay que lanzarse al mundo, a cada persona, a cada lugar para compartir la mesa que alimenta la fe de unos y la fe de otros. Sí, algunos tendrán una indigestión… pero muchos comprenderemos que legar a Dios no es exclusivo.

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