Translate

viernes, 20 de marzo de 2015

JUAN 7 DEBERIAS IR A JUDEA

JUAN 7, 1 – 9: Algún tiempo después, Jesús andaba por Galilea. No tenía ningún interés en ir a Judea, porque allí los judíos buscaban la oportunidad para matarlo. Faltaba poco tiempo para la fiesta judía de los Tabernáculos, así que los hermanos de Jesús le dijeron: —Deberías salir de aquí e ir a Judea, para que tus discípulos vean las obras que realizas, porque nadie que quiera darse a conocer actúa en secreto. Ya que haces estas cosas, deja que el mundo te conozca. Lo cierto es que ni siquiera sus hermanos creían en él. Por eso Jesús les dijo: —Para ustedes cualquier tiempo es bueno, pero el tiempo mío aún no ha llegado. El mundo no tiene motivos para aborrecerlos; a mí, sin embargo, me aborrece porque yo testifico que sus obras son malas. Suban ustedes a la fiesta. Yo no voy todavía a esta fiesta porque mi tiempo aún no ha llegado. Dicho esto, se quedó en Galilea.



Qué extraños son estos familiares de Jesús, que en pasajes anteriores tomaron a su pariente por un loco y ahora quieren que marche a Jerusalén para declarar que es el Mesías. Esto de las expectativas tan pronto sitúa a uno en el escalafón más elevado como lo destrona rápidamente. Mi generación proviene de unos abuelos que han salido de la dictadura franquista y unos padres que han vivido esa transición democrática, marcados muchas veces por aquello que no pudieron hacer o acceder o estudiar… y a causa del conflicto y de la sociedad de su momento han vertido todas sus esperanzas en los hijos e hijas y no sólo en el plano profesional, sino también en lo referente a la vida, edad de emancipación, carrera estudiantil… son un poco como estos hermanos de Jesús que también querían algo presumiblemente bueno.

Aquí luchan por un lado la voluntad de los hermanos y por otro lado el deseo de Jesús. En nuestro caso se han encontrado la expectativa de los padres con las decisiones de los hijos. Lo que creen bueno unos no siempre coincide con la decisión del otro y cuando eso ocurre, la respuesta más normal es la decepción, la extrañeza, la incomprensión. Siempre proyectamos en el otro lo que nos gustaría que fuera o cómo nos gustaría que fuera. Los hermanos de Jesús veían claro que su hermano debía ya erguirse como el esperado, como el enviado, como el ungido y su deseo de ver a Jesús rey generó una expectativa que sólo podía conducir a terminar desencantados porque lo que uno desea no siempre coincide con lo que el otro quiere y no respetamos su libertad.

Estos condicionales del deberías, tendrías, si hubieras… todos ellos encierran en el fondo un deseo por someter a alguien a nuestro entendimiento o a nuestro deseo… A veces pienso que si supiéramos dejar a un lado esa actitud nosotros mismos viviríamos más tranquilos, más felices. Quizás yo no me quiero dar a conocer, quizás yo no deseo subir a Jerusalén porque lo que yo quiero hacer está en Galilea, cuando tenga que subir a Jerusalén ya lo haré.

El evangelista, con mucha destreza, nos muestra luego que ni siquiera los hermanos creían en él, pero sí querían llevar a este Jesús como Mesías delante del pueblo. Esta imagen que nace de nuestra proyección al otro ni siquiera es, no es posible mantenerla, está vacía y cuando la proyección se rompe no queda nada, salvo una extraña cosquilla que sube por el estómago y una sensación miserable.


Tanto es necesario dejar a Jesús ser Jesús, como a cualquiera ser lo que tiene derecho a ser. Creo que en todo este pasaje hay que reivindicar el derecho a SER y no el de tener que ser y es necesario liberar a nuestros seres queridos de esa presión que genera mi expectativa, porque sólo terminará aportando un problema. Ireneo de Lyon dijo que el hombre que vive es la gloria de Dios, como Jesús siendo quien quiere ser, sólo sometido al Padre que siempre respetará su libertad aun siendo Hijo. Que aprendamos nosotros a vivir como ellos que SON.

No hay comentarios:

Publicar un comentario