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sábado, 2 de mayo de 2015

JUAN 14, 7 MUESTRANOS AL PADRE

JUAN 14, 7 – 14: Si ustedes realmente me conocieran, conocerían también a mi Padre. Y ya desde este momento lo conocen y lo han visto. —Señor —dijo Felipe—, muéstranos al Padre y con eso nos basta. —¡Pero, Felipe! ¿Tanto tiempo llevo ya entre ustedes, y todavía no me conoces? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo puedes decirme: “Muéstranos al Padre”? ¿Acaso no crees que yo estoy en el Padre, y que el Padre está en mí? Las palabras que yo les comunico, no las hablo como cosa mía, sino que es el Padre, que está en mí, el que realiza sus obras. Créanme cuando les digo que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí; o al menos créanme por las obras mismas. Ciertamente les aseguro que el que cree en mí las obras que yo hago también él las hará, y aun las hará mayores, porque yo vuelvo al Padre. Cualquier cosa que ustedes pidan en mi nombre, yo la haré; así será glorificado el Padre en el Hijo. Lo que pidan en mi nombre, yo lo haré.


La relación entre el Padre y el Hijo ocupa muchos pasajes del evangelio de Juan, y su trasfondo a tratado de ser explicado de diferentes formas a lo largo del tiempo, a veces más entendible y otras más complicada. Esta especie de memoria de conocimiento a la que Jesús alude diciendo el Padre está en mi, Santo Tomás la llamará inhabitación Trinitaria. Si cogiéramos el ejemplo de cómo son nuestras relaciones paterno-filiales encontraríamos una especie de ligazón entre Dios y Cristo con nosotros mismos. Ese tender a comportarse que nos lleva a comunicar las palabras y a realizar las obras de misericordia es lo que nos recuerda que en nuestro interior hay algo más trascendente que nos lleva a actuar como Dios quiere, es el concepto de inhabitación de Santo Tomás.

Para San Agustín el reflejo de esta relación paterno-filial se condiciona en el Amor. El Padre ama al Hijo y esa forma de amor es el Espíritu Santo, y para que esta relación de amor sea perfecta debe expandirse hacia fuera, debe ser relacional. Lo mismo nos ocurre a nosotros, en lo parental cuando una pareja se une en amor y tienen un hijo (o hija), pero más a nivel global, esa necesidad de expandir nuestro amor lo vemos en la apertura a la alteridad. Así, nosotros tenemos necesidad de amar, de ser amados y de dar amor. También desde esta óptica podemos ver el reflejo de lo divino en lo humano. El que participa del amor terreno vislumbra el reflejo del amor celeste.

Con las obras ocurre más de lo mismo, cuando el mundo practica las obras de misericordia es a causa de su participación en la relación divina. Cristo vino a mostrar la voluntad del Padre y nosotros, que somos hijos en el Hijo, participamos de ellas a través de la solidaridad, el compromiso, la bondad, el perdón… Aunque no hay que olvidar aquí que no sólo es en las cosas buenas que podemos ver la obra de Dios, sino que también Dios se revela en el drama del mundo (cuyo exponente máximo es la cruz).

El evangelista alude a la interrogación de Tomás para respondernos a nosotros que Todo lo creado es imagen de Dios, revelación de Dios y que como revelación, como creaturas, estamos movidos a actuar como el Creador, por eso somos imagen, porque reproducimos en algún grado lo que en Dios es esencial. Cuando entramos a nuestro interior lo hacemos inconscientemente para buscar la trascendencia, y cuando tenemos ese anhelo por lo espiritual no es sino para relacionarnos con Él.


Hoy nos invita el texto al encuentro con Dios desde las muchas formas, tiempos y realidades del mundo que nos rodea, todo huele a Dios, todo llama a Dios, todo reproduce alguna forma de Dios. 

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