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martes, 19 de mayo de 2015

JUAN 17 DE CRISTO AL PADRE

JUAN 17, 1 – 6: Después de que Jesús dijo esto, dirigió la mirada al cielo y oró así: «Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti, ya que le has conferido autoridad sobre todo mortal para que él les conceda vida eterna a todos los que le has dado. Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado. Yo te he glorificado en la tierra, y he llevado a cabo la obra que me encomendaste. Y ahora, Padre, glorifícame en tu presencia con la gloria que tuve contigo antes de que el mundo existiera.


Entramos ya en los límites de la oración sacerdotal de Cristo, aunque propiamente el evangelio no llegue a justificar a Jesús como nuevo y sumo sacerdote, ya que para ejercer la opción sacerdotal en el antiguo Israel se tenía que ser descendiente de Leví, y Jesús no lo era. Aunque la literatura joánica sí quiere dejarnos alguna pincelada de toda la teología que la carta a los Hebreos desarrollará más o menos en ésta misma época en la que se escribe la obra joánica. Por tanto, estamos en un tiempo de crecimiento no sólo teológico, sino también cristológico y eclesial, la comunidad joánica es un maremágnum de tendencias: judeocristiana, judaizante, gnóstica, helenística y romana.

Este primer pasaje destaca cómo Jesús  se erige como Mesías e Hijo de Dios, preexistente y anterior a todo lo creado. El evangelista quiere justificar ante nosotros lo que ya está a punto de acontecer, la Pasión y la muerte del Señor, bajo el paradigma de la redención. El Plan redentor de Dios, en Jesucristo, es anterior al Plan de la creación, y nosotros (los creyentes) estamos elegidos para la salvación desde antes de la fundación de los tiempos. Ahora, se va a ir haciendo presente la epifanía por excelencia con el recuerdo puesto en el relato del “Agnus Paschualis”, cuando el pueblo de Israel se zafó del castigo del ángel exterminador que Dios envió a Egipto. El favor de Dios, que los antiguos obtuvieron por la sangre del cordero, ahora se hará presente en Cristo, que como sacerdote ofrece el sacrificio de su vida.

Este sacrificio, pero, no quiere cobrar valor por el precio de la sangre, sino que adquiere valor por la forma, generosa y disponible, en la que Cristo se entrega por la humanidad. Jesús abre el conocimiento de Dios y lo comunica a los creyentes por un medio existencial, sólo a través de la unión existencial con Cristo (por medio de nuestra adhesión) alcanzaremos la vida eterna, que reposa en Dios. Esto es, que Jesús hace de puente entre la realidad humana y la realidad divina, comunicándonosla.

La imagen de la creación y de la preexistencia es eminentemente maternal, Cristo será el primogénito, el primero que rompe el vientre de la madre, y como hermano mayor participante en la creación, auxiliándola y asistiéndola. Por tanto, entramos ya en lo que es esencial del mensaje de Jesús en este evangelio de Juan y es el momento de hacer presente, de nuevo, el prólogo que habla del verbo que preexiste. Y la comunicación de este mensaje nos da acceso a la vida eterna, que es conocimiento de Dios, aunque esta afirmación podría estar afectada por el gnosticismo.


El acceso a Dios sabemos que no viene por el mero conocimiento, porque no por saber más se consigue alcanzar a Dios. Jesús abre el camino desde el corazón, y nos comunica el amor de Dios que además salva. Y esta es la vida eterna, que ya vivimos con Dios.

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