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sábado, 25 de marzo de 2017

JUAN 9. CIEGO DE NACIMIENTO

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Juan 9.17: Otra vez dijeron al ciego: ¿Qué dices tú de ese que te abrió los ojos? El contestó: Que es profeta. 18 No querían creer los judíos que aquél era ciego y que había recobrado la vista,


Era una creencia popular, que enseñaban los mismos rabinos, que todo padecimiento físico o moral era castigo al pecado. Aunque varios profetas anunciaban que se anulaba el castigo por solidaridad de los padres en los hijos (Isaías_31:29.30; Ezequiel_18:2-32), sin embargo, esta creencia primera estaba completamente arraigada en el pueblo 2. Tanto que existían las dos corrientes. A esto responde esta pregunta de los “discípulos.” Más aún, la doble pregunta que le hacen, si pecó él o sus padres, era una preocupación y tema doble que se refleja en la literatura rabínica.

Pero, ante esta errónea concepción popular, Cristo descubre un gran misterio. No pecó ni él ni sus padres. Este problema del dolor, que ingresó en el mundo por el pecado de origen, tiene, sin culpa personal del sujeto, una finalidad profunda en el plan de Dios: “que sean manifestadas en él (ciego) las obras de Dios.” No solamente es para mérito del justo, como en el caso de Job, sino que aquí se muestra esta otra profunda finalidad en el plan de Dios: su gloria (Juan_11:4), al patentizarse estas intervenciones maravillosas — los milagros — , que son “signos” de la obra de la salud y de la grandeza de Cristo (Juan_5:36; Juan_10:32.37; Juan_10:14).


Descubrimos entonces que de nuestra más arraigada herencia errónea, Jesús se hace actor de un cambio para nuestro beneficio. Pues por obra de su poder va a permitirnos zanjar una cuestión de herencia perjudicial ya que nos hacía prejuzgar acerca de la maldad de otra persona.

Y si en lugar de ver el mal que suponemos pudiéramos ver el bien que no hacemos?

Y si viendo esa carencia, pudiéramos acercarnos hacia un pensamiento más positivo?

Supongo que veríamos, indudablemente, que lo que primero genera es un beneficio personal. Por tanto, no es para enseñanza de nosotros, que donde hay oscuridad Jesús ve luz? Y no deberíamos nosotros saber que beneficio (luz) es sensiblemente mejor que perjuicio (oscuridad)?

Entonces la luz del Cristo sería nuestra forma de ver la vida y de enfrentarla. Solidarizándonos con la naturaleza, asociándonos con nuestro alrededor. Viviendo este nuevo y precioso vínculo del amor. Evitando el juicio, procurando por la necesidad.


Jesús dijo: Yo he venido al mundo para un juicio, para que los que no ven, vean, y los que ven, se vuelvan ciegos. 40 Oyeron esto algunos fariseos que estaban con El, y le dijeron: Conque ¿nosotros somos también ciegos? 41 Díjoles Jesús: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero ahora decís: Vemos, y vuestro pecado permanece.

El juicio para el que ha venido Jesús está claro que no es el mío. El motivo por el que nos ha dejado su Santo Espíritu, está claro que suele escapárseme a causa de mi razón. Y si algo me preocupa es de, además, reconocerme como ciertamente ignorante, porque aún si yo fuera ignorante, como dice el evangelio, no tendría pecado.

Una vez más, el pecado redunda en el orgullo del ser humano. Pero la clarividencia de este pasaje no es para castigo, ni para reprensión, sino para mostrarnos la gracia salvadora de Jesús hacia los hombres. Nuevamente, el evangelista nos pone de relieve que el invitado final de la reflexión serán los fariseos y los escribas, aquellos que son capaces de expulsar a alguien de la sinagoga, o de la Iglesia, o de la comunidad. La lección de vida que nos deja Jesús es a no excluir a nadie por ningún motivo, por ninguna razón, por ningún prejuicio. No somos llamados a separarnos, no somos llamados a la discordia.

Jesús nos abre el camino hacia la reconciliación desde el ejemplo del ciego de nacimiento. Nos lleva a tendernos una mano de recuperación. La amenaza judía es expulsar de la Sinagoga, la esperanza cristiana es volver al seno de la comunidad. Y aquí se produce esta especial relación de idas y venidas entre comunidades que se nos narra a modo de signo.

El signo, en este evangelio, es recibir a los hermanos, aceptarlos en la comunidad, hacer Iglesia, compartir el suelo, y finalmente consolar.


El ciego de nacimiento es el elemento de la discordia porque ahora ve, cuando antes no veía. Y esta aproximación a la luz crea envidia entre sus hermanos. Que seamos capaces nosotros de acoger en nuestras comunidades a cada hermano que llega a la luz de Cristo, y que a cada persona que viva en tinieblas podamos acercarle esa luz, no de excomunión, sino de amistad y familia.

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