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martes, 11 de abril de 2017

JUAN 12, 21. SEGUN PEDRO

 JUAN 13, 21 - 30: Cuando dijo estas palabras, Jesús se turbó en su interior y declaró: "En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará." Los discípulos se miraban unos a otros, sin saber de quién hablaba. Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús. Simón Pedro le hace una seña y le dice: "Pregúntale de quién está hablando." El, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: "Señor, ¿quién es?" Le responde Jesús: "Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar." Y, mojando el bocado, le toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote. Y entonces, tras el bocado, entró en él Satanás. Jesús le dice: "Lo que vas a hacer, hazlo pronto." Pero ninguno de los comensales entendió por qué se lo decía. Como Judas tenía la bolsa, algunos pensaban que Jesús quería decirle: "Compra lo que nos hace falta para la fiesta", o que diera algo a los pobres. En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche.


Pedro es el elemento más humano de la escena. Y lo es por varios motivos. Pedro sigue siendo aquel hombre impetuoso y visceral que responde con rudeza, aun con franqueza cada vez que se encuentra en una situación. En su preocupación por la vida del maestro, Pedro tendrá que escuchar varias cosas en estos últimos días de vida acompañando a Jesús. Aunque al final, Jesús buscará un punto de diálogo con él para preguntarle: Pedro, me amas?

Pedro no ve más allá de los acontecimientos, de lo natural. Aun formando parte del elenco de íntimos de Jesús, no atenderá a acertar ni en la transfiguración, ni en Getsemaní, ni ahora tampoco en la cena. Todo ello terminando en la triple negación, antes del llanto amargo. La traición de Judas, su preocupación por saber quién era el traidor. Y al final tan cerca del malogrado, negando al maestro.
Aparta de mi Satanás, me eres tropiezo! Le dirá antes Jesús a Pedro.

Tantas veces vio atisbos de la grandeza de Cristo Pedro, que ahora no podía verlo lavándole los pies. Y Jesús va a enseñarle a Pedro algo de suma importancia que con el tiempo alcanzaría a comprender. Todo lo relacionado con Jesús desde entonces hasta la resurrección será un enorme misterio para Pedro. – Jamás me lavarás los pies!

Pedro ya fue negando a Jesús desde mucho antes a este momento. Su mente, o su concepción judaica  le impedían ver a Jesús como portador de un mensaje de amor, de humildad. Y sin entregarlo al Sanedrín por esas treinta piezas de plata, su corazón ya había entregado a aquel que pensó que podría ser el Mesías. Y ahora, con estos gestos, con tal incomprensión, sin saber realmente quién era Jesús, y quién era para él, se fragua un paralelo a Judas. Pedro camina muy próximo al Iscariote, y también participa de otra traición, la de la amistad, la de los principios.

Mientras Pedro busca con esmero algún tipo de señal para que Jesús le muestre al culpable, al enemigo, al traidor. Mientras su corazón se acelera hasta escuchar su propio latido, entre el sudor y el miedo, sobrecogido, indefenso y triste. La sensibilidad del apóstol pierde señal, y su oración ha desaparecido. Ahora es pasto de la incertidumbre, vive asolado por el derrotismo. Solo logra ver muerte.

Pedro asocia el lado mortal de la escena, la decepción y el alejamiento. Hay otras formas de traición que la entrega. Pedro aparta la mirada de Jesús. Pero Jesús volverá a buscarla, más adelante veremos como, tras negarlo, Jesús lo mira, y Pedro llora.

Jesús siempre perdona, jamás desfallece su amor, siempre nos tiende una mano. Hay formas muy sencillas de superar la traición, Jesús pregunta a Pedro: me amas? A pesar de todo Jesús ya había reconocido a Pedro: Tú eres Pedro le dirá. Y cuando soy reconocido por Dios, a pesar de mis errores, Dios me ama, y siempre guarda esa pregunta, un nuevo SI a Dios. ¿Me amas?

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