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viernes, 14 de abril de 2017

JUAN 18. OJOS CERRADOS

 JUAN 18, 18 – 33: Allí lo crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en medio. Pilato mandó que se pusiera sobre la cruz un letrero en el que estuviera escrito: «Jesús de Nazaret, Rey de los judíos.» Muchos de los judíos lo leyeron, porque el sitio en que crucificaron a Jesús estaba cerca de la ciudad. El letrero estaba escrito en arameo, latín y griego. —No escribas “Rey de los judíos”—protestaron ante Pilato los jefes de los sacerdotes judíos—. Era él quien decía ser rey de los judíos. —Lo que he escrito, escrito queda —les contestó Pilato. Cuando los soldados crucificaron a Jesús, tomaron su manto y lo partieron en cuatro partes, una para cada uno de ellos. Tomaron también la túnica, la cual no tenía costura, sino que era de una sola pieza, tejida de arriba abajo. —No la dividamos —se dijeron unos a otros—. Echemos suertes para ver a quién le toca. Y así lo hicieron los soldados. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: «Se repartieron entre ellos mi manto, y sobre mi ropa echaron suertes.» Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la esposa de Cleofas, y María Magdalena. Cuando Jesús vio a su madre, y a su lado al discípulo a quien él amaba, dijo a su madre: —Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dijo al discípulo: —Ahí tienes a tu madre. Y desde aquel momento ese discípulo la recibió en su casa. Después de esto, como Jesús sabía que ya todo había terminado, y para que se cumpliera la Escritura, dijo: —Tengo sed. Había allí una vasija llena de vinagre; así que empaparon una esponja en el vinagre, la pusieron en una caña  y se la acercaron a la boca.  Al probar Jesús el vinagre, dijo: —Todo se ha cumplido. Luego inclinó la cabeza y entregó el espíritu. Era el día de la preparación para la Pascua. Los judíos no querían que los cuerpos permanecieran en la cruz en sábado, por ser éste un día muy solemne. Así que le pidieron a Pilato ordenar que les quebraran las piernas a los crucificados y bajaran sus cuerpos. Fueron entonces los soldados y le quebraron las piernas al primer hombre que había sido crucificado con Jesús, y luego al otro. Pero cuando se acercaron a Jesús y vieron que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas.


Nos centramos hoy en el relato de la Pasión de Juan. Lo vamos a hacer en clave de final e inicio, porque para el evangelista y su simbología, tanto en el prólogo como en la resurrección, la luz debe llegar en las tinieblas.

El pasaje de la Pasión tiene una connotación que nos traslada al Antiguo Testamento, a las profecías de Isaías sobre el siervo de YHWH, el justo que paga por los injustos. De ahí toda la construcción sobre el doble juicio, el religioso y el civil, que va a llevar a Jesús al madero donde morirá crucificado. Pero esta llamada a lo Antiguo tiene en Pilato un aviso para navegantes: -¿Qué es la verdad? Una interrogación que nos viene en el punto culminante antes de la entrega definitiva del Cristo a su suerte, para cumplir con el destino del buen pastor. Es el momento en que el evangelista discurre acerca de la identidad de este Jesús desde el límite del Antiguo Testamento hasta el final de la carrera humana del nazareno. El momento de la incomprensión, del alejamiento, del desamor. Y este Jesús, cierra sus ojos.

El evangelista nos lleva de la oscuridad a la luz que viene al mundo y de nuevo a la oscuridad. Es necesario que vuelva esa densa negrura para contruir, de nuevo, la luz. Sería muy osado diciendo que era necesaria la muerte para que naciera la vida, pero sería algo así. El evangelista termina con las imágenes de lo Antiguo para escribir sobre lo nuevo. El domingo, o el primer día de la semana, deja atrás el sabbath; la piedra quitada del sepulcro; las vestiduras blancas… imágenes de que algo nuevo está empezando. Aquel Jesús es ahora el Cristo concluye el evangelista tras cien años de reflexión.

Hay veces que para que aflore lo nuevo hay que terminar con lo viejo. Concluir el pasado para afrontar el presente, con garantías al futuro. Hoy podríamos reflexionar sobre qué nos detiene, qué nos pesa, qué nos impide ser quienes somos… La cruz es dolor, sí… pero también tiene mucho que ver con reconciliación. Que podamos ver en este Jesús que cierra sus ojos, un gesto de misericordia en nuestro beneficio y que, sintiéndonos privilegiados, amados, podamos comprometernos así por el mundo.

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