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miércoles, 19 de abril de 2017

LUCAS 24, 13. FUEGO EN EL CAMINO

 Lucas 24, 13 – 34: Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran. El les dijo: «¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?» Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: «¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?» El les dijo: «¿Qué cosas?» Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazoreo, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron.» El les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?» Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras. Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado.» Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.


El camino de Emaús es parte del tránsito del desconcierto a la fe en el Cristo resucitado que vivieron algunos de los discípulos en diversos momentos. Quizás explique, también, el despertar de la fe dentro de la comunidad lucana. Quizás sea el nexo que utiliza el autor para, de algún modo, ligar la profecía del Antiguo Testamento y su cumplimiento en Cristo Jesús. Sea como fuere este itinerario físico y espiritual nos recuerda a nosotros que el sendero de la fe puede permanecer escondido, oscuro o puede parecer dudoso, incomprensible… pero que junto con nosotros está siempre la Palabra viva de Dios que encuentra, en su momento, la forma de iluminar el sentido de nuestras vidas. No importa cuando, no importa cómo. La Palabra viva siempre está ahí, es la promesa de Dios: que para el que cree de su interior brotarán ríos de agua viva.

Cierta es la actualidad de estos pasajes que nos conducen a vivir no sólo el gozo de la resurrección, sino también la esperanza del Espíritu Santo. La impronta de Dios en los seres humanos que se hace evidente cuando se vivifica, en nuestra alma, el fuego del Espíritu. Como desde una profundidad desconocida, algo que siempre ha estado ahí, que quizás hemos podido intuir… y que se ahce visible, palpable, experimentable como nueva vida en la que, aún de manera inefable, vivimos esa vida de Dios.
Estamos delante de un texto queinvita a la contemplación, porque desde la introspección del texto descubrimos el camino que nos conduce al alma, allí donde hay diálogo con el Trascendente. Por ello, aunque no llegue a nosotros con claridad las señales externas, tengamos la seguridad de que la vida cambia cuando Jesús parte su pan con nosotros. Es el momento en que nuestro cuerpo físico se sumerge en el cuerpo mísitico, cuando nuestras oraciones devienen diálogo vivo y cuando de nuestra desesperanza surge el gozo esperanzado.

Nadie dice que caminar sea fácil, habrá días en los que aún caminando con Jesús no podamos ver más allá de nuestros problemas, situaciones, límites… Cuando esto ocurra, tengamos a bien deternernos, para compartir el pan con nuestra alma y sentir el calor, ese fuego que vivifica.

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