Translate

sábado, 10 de junio de 2017

JUAN 3, 16. TANTO AMOR

 Juan 3, 16-18: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.


Estamos ante el estupor que puede provocar, en el ser humano, que un padre entregue a su hijo, aunque sea por amor, a un mundo que lo va a condenar y ajusticiar. Es la ilógica del amor de Dios, que por más que lo digamos, nunca podrá ser comprendido en tanto el misterio de Dios trasciende cualquier pensamiento, sentimiento o reflexión humana. Por más que lo intentemos, o creamos entender lo que supone enviar a un hijo amado a un mundo que lo liquidará, nunca llegaremos a traspasar la intención del redactor.

Ciertamente, vivimos el anhelo de Dios desde nuestra inhumanidad. Es decir, que tras todo aquello que el ser humano no puede alcanzar por su naturaleza, vive Dios. Así, el hombre, o la mujer, jamás llegarán al amor del Evangelio sino en Cristo. Y esto no es cosa nuestra, como recordará Pablo.

Pues, dejemos atrás los antropomorfismos que no hacen sino separarnos de Dios. Parafraseando a Melloni, este amor trata de respirar, de inspirar y de expirar, junto a la vida misma. Entonces podemos empezar a ver ese amor, dejando atrás todo lo que nos separa de él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario