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miércoles, 28 de junio de 2017

MATEO 7, 7. COSAS BUENAS

 MATEO 7, 7 – 11»Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. ¿Quién de ustedes, si su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pescado, le da una serpiente? Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en el cielo dará cosas buenas a los que le pidan! Así que en todo traten ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes. De hecho, esto es la ley y los profetas.



Hoy en día, aunque siempre ha debido ser así, cualquier mensaje, catequesis o evangelización debe ir precedida del testimonio de amor que pasa del cielo a la tierra, traspasando la humanidad y que empieza en Dios y sigue en el ser humano. Y fuera de este testimonio pueden existir muchas cosas, puede haber palabra, dones, capacidad económica, organización o jerarquía, pero jamás, nunca, en ningún caso puede faltar el amor. Porque si hablamos de un Padre, o de un Padre que también es madre, que tanto ama, sus hijos e hijas deberían (ipso facto) ser continuadores de su testigo, como en una carrera de fondo siglo tras siglo, tras siglo.

Fijémonos en nuestra actualidad, miremos a aquellos casos cada vez más frecuentes de violencia de género, de abandonos, de ingresos en centros de menores por actividad delictiva, de fracaso escolar, de maltrato… Porque ¿cómo va a dirigirse a ellos la comunidad cristiana diciendo que Dios es Padre, si su realidad familiar es inexistente, o dura?... ¿Un Padre que me ama?(dirán) ¿Cómo vamos a actuar ante esta respuesta? Porque está clarísimo que en gran parte de nuestro tiempo hay una ausencia de paternidad y de maternidad, quizás porque no se ha sabido dar, quizás porque no se deseaba… Sea como fuere, si en nuestro tiempo presentamos a un Dios que es Padre (o Madre), tengamos presente que debemos no sólo fundamentarlo sino, además, convertirlo en realidad.

Y esa conversión significa nuestro testimonio, el testigo de una familia amante que desea, valora, comprende y quiere cuidar de cada nuevo miembro (y de cada uno de los que ya forman esa gran familia). Por tanto, si bien estamos en tiempo de reivindicación de la figura del Padre amoroso, también estamos ante la necesidad de que ese amor sea manifiesto en nosotros y lo estamos con más urgencia que nunca, porque la sociedad está enfermando de insensibilidad, de relativismo. Estamos siendo espectadores de un continuo peregrinaje de huérfanos y huérfanas que caminan pensando que el mundo es hostil y que para sobrevivir en él se deben al desamor, a pelear, a morder.

A lo largo de este tiempo que viene, vamos a comenzar a ver a hijos e hijas de estos que estarán sobre algún cartón sufriendo las calamidades del frío. Se sumarán a los muchos que hoy, bajo la ley del desahucio, ya viven en las calles, o en precariedad, con las vistas puestas a atender el frío como puedan, a sobrevivir.

¿Ante todos estos tenemos que hablar del Padre Amoroso? Pues tenemos mucho trabajo, porque como siempre ocurre el tiempo se nos viene encima, nos atrapa el toro y nos vamos a quedar, nuevamente, a las puertas de haber podido hacer algo más.


Podemos optar por llevar a un Dios abstracto, con un amor abstracto, que es éste que viendo la miseria decimos que no actúa, que se olvida de nosotros… Pero podemos optar por el Dios vivo, el Padre amoroso, y ello nos implica absolutamente a favor del otro, a la solidaridad, a la entrega, a la preocupación, a la ayuda (sea cual sea). Deseo que todos seamos este año testigos del amor de Dios, testigos vivos.

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