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viernes, 30 de junio de 2017

MATEO 8. MILAGRO

 Mateo 8, 1 – 10: Cuando bajó del monte, fue siguiéndole una gran muchedumbre. En esto, un leproso se acercó y se postró ante él, diciendo: «Señor, si quieres puedes limpiarme.» El extendió la mano, le tocó y dijo: «Quiero, queda limpio.» Y al instante quedó limpio de su lepra. Y Jesús le dice: «Mira, no se los digas a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que prescribió Moisés, para que les sirva de testimonio. Al entrar en Cafarnaúm, se le acercó un centurión y le rogó diciendo: «Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos.» Dícele Jesús: «Yo iré a curarle.» Replicó el centurión: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: “Vete”, y va; y a otro: “Ven”, y viene; y a mi siervo: “Haz esto”, y lo hace.» Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande.


Cuando hablamos de una fe que cura hoy podríamos adentrarnos en el campo de la esfera espiritual de la persona pues, como se ha demostrado, existe una capacidad de sanación interior que tiene mucho que ver con el estado del alma, del corazón… Podemos llamarlo energía, podemos aventurarnos a tratar agentes sicosomáticos, puede ser cuestión de herencias, de miedos… Al final, aunque sea un poquito, es cuestión de fe. Otra cosa, podríamos decir también, que sea fe en Dios, en Cristo, en las vírgenes milagreras, en la alineación de los chakras, el reiki o la meditación… Lo que podemos tener por seguro es que esta actividad que narran los evangelios tiene una huella milenaria sobre la que camina aunque, eso sí, bajo la novedad del signo crístico.

Ciertamente este pasaje nos da ocasión para el diálogo con las diversas ciencias a los cristianos. En ningún modo para decirle al mundo que ya todo estaba en la Biblia sino que, conocedora del ser humano, la Escritura también contempla esta acción, esta posibilidad, o esta capacidad en y sobre la persona que padece la enfermedad. Por tanto, si milagros se producen al amparo de los evangelios, milagros también se producen al amparo de la propia vida que, además, creemos que viene de Dios. La fe, pues, deja un campo abierto para recorrer de la mano de los avances, la técnica, las medicinas tradicionales… y cuando pareciere que hay que reconocer este aspecto taumatúrgico de Jesús también debemos abrir el prisma para reconocerlo en el devenir de la humanidad, que se redescubre como fuente de sanidad.

Esta fe tan grande, sea en el contexto que sea, sigue curando y sanando vidas. Es algo sumamente espiritual, tanto que nos trasciende. Incluso a los cristianos. Y hay que aprender a integrar el mensaje del evangelio en esta vida nuestra aceptando lo que estamos descubriendo y lo que queda por descubrir. Si a algunos les sirve Jesús y a otros les sirve una imposición de manos… la verdad es que no estamos muy lejos.

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