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domingo, 18 de enero de 2015

JUAN 1, 13 EL PRIMER DIA

Juan 1, 35 – 42:  Al día siguiente Juan estaba de nuevo allí, con dos de sus discípulos.  Al ver a Jesús que pasaba por ahí, dijo: —¡Aquí tienen al Cordero de Dios! Cuando los dos discípulos le oyeron decir esto, siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les preguntó: —¿Qué buscan? —Rabí, ¿dónde te hospedas? (Rabí significa: Maestro.) —Vengan a ver —les contestó Jesús. Ellos fueron, pues, y vieron dónde se hospedaba, y aquel mismo día se quedaron con él. Eran como las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que, al oír a Juan, habían seguido a Jesús. Andrés encontró primero a su hermano Simón, y le dijo: —Hemos encontrado al Mesías (es decir, el Cristo). Luego lo llevó a Jesús, quien mirándolo fijamente, le dijo: —Tú eres Simón, hijo de Juan. Serás llamado Cefas (es decir, Pedro).


En términos rabínicos, seguir a uno quiere decir ir a su escuela, de ahí que se dirigieran a Jesús como Rabí, que significa maestro, aunque no necesariamente implicaba el hecho de tener una formación religiosa sino el mero hecho de tener discípulos. En este pasaje, Andrés y otro dicípulo, del que no sabemos el nombre, transitan de una escuela a otra, de la doctrina del Bautista a la Jesús. No sabemos mucho de qué paso entre estos dos discípulos y Jesús mas que la invitación del Cristo y el hecho que les hospedó. En cualquier caso, estos encuentros con Jesús son ciértamente importantes para el evangelista.
Hoy pensaba en la importancia que siguen teniendo estos encuentros con Jesús y en cómo se acercan, porque la realidad de la sociedad de entonces, religiosa, no tiene que ver con la verdad de ahora, secular. Aunque si bien hemos ido, por lo general, cogiendo distancia con la religión sigue habiendo muchas comunidades que trabajan a favor del Cristo.

Ayer tuvimos catequesis, un lugar idoneo en el que se trata de acercar a los jóvenes a Jesús y que sigue posibilitando esa cercanía con el evangelio. El año pasado, hacia el mes de marzo fuí por primera vez a este nuevo grupo (para mi) y la fórmula que utilizaron fue la misma que Jesús con los suyos: ven y ve. Imaginaos, primer día y de lleno en una actividad con unas ciento veinte personas: sillas a un lado y otro, personas trayendo comida que había que colocar y recolocar, lluvia, alboroto, muchos niños y jóvenes corriendo de un lado a otro, preparando (con alegría) lo que durante tres días habían estado trabajando y finalmente la representación, cada grupo según se habían repartido exponía un valor de la vida que habían estado trabajando. Desde los más pequeños a los más mayores y finalmente compartir la mesa, el cafe, recoger y para casa.

Imagino que algo parecido pasó aquel día entre Jesús y los dos discípulos de Juan: la novedad, elprimer encuentro, la sorpresa, la emoción, la mesa compartida y finalmente ya estás en casa. Perfectamente podría ser la primera catequesis, pues a fin de cuentas compartieron el evangelio y partieron el pan. Lo más natural entre los cristianos que nos reunimos en torno a Jesús, ¿verdad? Algo que permanece inmutable a pesar de los siglos y que muestra a Cristo como experiencia de vida.

Pero este primer encuentro conlleva algo más, y es el conocimiento íntimo de las personas, cuando Jesús se dirige al hermano de Andrés y le dice: Y tú, eres Simon, hijo de Juan. Es la misma experiencia que tengo hoy cuando me siento cada sábado entre ellos y puedo decir: Y tú eres
Ignasi y tú Valentí y Tú Laura y tú Silvia y tú David y tú Laia y tú Roser y tú Aina… y ellos pueden decirme: y tú Albert, hijo de Pedro. Porque hemos pasado a formar parte de una misma comunidad de Amor que nos permite intimidad pero que también nos da identidad, la misma que nos dio Jesús cuando nos llamó a cada uno. Una identidad, que veremos más adelante, luego permitirá que se abran los cielos y se escuche la voz del Padre diciéndonos: tú eres Hijo amado, en ti me complazco.



Doy gracias por poder pertenecer a una comunidad de personas que se aman y son capaces de transmitir ese amor con los niños, niñas y jóvenes que forman parte de muchas generaciones de personas amadas a las que se invita a conocer a Jesús y escuchar esa misma voz del cielo. Cada sábado, cuando nos sentamos en este círculo de amistad se abren los cielos y si miramos allá, desde lejos, se ve una fiesta.

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