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sábado, 17 de enero de 2015

MARCOS 2, 14 EL LLAMAMIENTO DE MATEO

Marcos 2, 14 – 17: De nuevo salió Jesús a la orilla del lago. Toda la gente acudía a él, y él les enseñaba. Al pasar vio a Leví hijo de Alfeo, donde éste cobraba impuestos. —Sígueme —le dijo Jesús. Y Leví se levantó y lo siguió. Sucedió que, estando Jesús a la mesa en casa de Leví, muchos recaudadores de impuestos y pecadores se sentaron con él y sus discípulos, pues ya eran muchos los que lo seguían.
Cuando los maestros de la ley, que eran fariseos, vieron con quién comía, les preguntaron a sus discípulos: —¿Y éste come con recaudadores de impuestos y con pecadores?
Al oírlos, Jesús les contestó: —No son los sanos los que necesitan médico sino los enfermos. Y yo no he venido a llamar a justos sino a pecadores.


La tradición mateana dirá al final de este pasaje para referirse a estos maestros de la ley y fariseos: “Andad pues, y aprended qué cosa es: Misericordia quiero, y no sacrificio” haciendo referencia a un texto de Oseas que ya se reflejaba, pues, en la tradición de estos mismos interrogadores pero que no habían alcanzado a tener en cuenta. La voz del que fuera profeta de Israel cobra sentido en las palabras de Jesús que les recuerda que la verdadera justicia es para Dios la misericordia, la misma misericordia con la que el pueblo judío fue liberado de Egipto. La misma misericordia que ha formado parte, siempre, de la relación de Dios con su pueblo.

El pasaje refleja perfectamente un apunte que el evangelista quiere destacar en el llamamiento de Leví. Parecería más lógico que si Jesús era el mesías revelado, llamara para su misión a aquellos quienes tenían la potestad de conocer las Escrituras, el mensaje de Dios. Escribas, fariseos, saduceos... eran los guardadores de la Ley de Dios y, por tanto, los más capacitados discípulos. Pero ninguno de ellos cumplía con la voluntad de un Padre que, a lo largo de la historia, ha necesitado recordar una y otra vez a este pueblo su gran misericordia. A pesar de que el pueblo se dedicó a los ídolos, al becerro de oro, a la taurología, que abrazó tradiciones como la cananea, que se prostituyó detrás de unos u otros, que fue hostil a los profetas, que dudó de Moisés y de Dios mismo a pesar de las muchas señales… y ahora también iba a dudar del Hijo, Dios se sigue presentando como Padre de misericordias.

Es por ello que Jesús hace un llamamiento en otro sentido, los sanos no necesitan de un médico. Está claro que el mensaje de Jesús no puede llegar, en ninguna manera, a aquellos corazones que no quieren recibirlo, tampoco a aquellos quienes creen saberlo todo, tampoco a los que creen tener el favor de un Dios que no es sino un ídolo. Sí, Dios puede llegar donde quiera, pero también respeta la decisión humana, aunque esa decisión comporte apartarse de él. La llamada de Leví es, por consiguiente, la consecuencia del rechazo de estos grupos. Jesús, pues, busca un camino diferente que se abre paso desde la misericordia, actuando en aquellos a quienes la religión había apartado para que a través del perdón pudieran ser sal y luz a estos maestros de la ley.

Jesús acerca el mensaje de Dios a un publicano y el publicano, transformado, lleno de gratitud prepara a Cristo un banquete, la máxima celebración. Este recaudador de impuestos ha pasado de una vida hostil a los brazos de la misericordia de Dios y quiere celebrar. Surge en todo este proceso transformador una unión en plenitud de gozo entre Dios y los hombres, que se saben amados. El amor, a través de la misericordia, juega en este pasaje el papel liberador que no han llevado a término estos maestros de la ley. El evangelista nos recuerda que somos llamados a misericordia y a hacer misericordia. Si ayer nos llamaba al perdón, hoy nos conmueve el corazón y nos acerca a los que han sido repudiados por la sociedad.

En nuestro tiempo sigue habiendo muchos repudiados: los grupos homosexuales y lesbianas, los drogodependientes, los que tienen enfermedades psiquiátricas, los abuelos… a pesar de los avances, de la ética, de la lucha por la igualdad, de los grandes tratados de paz y a pesar de los reconocimientos civiles a los gays… lo cierto es que se les sigue negando el acceso al mensaje de Jesús y no es que perdamos miembros, sino que perdemos personas, seres humanos.



El evangelista nos interpela a tomar una decisión y si decidimos por Cristo entonces debemos ser movidos a misericordia. Pero no a misericordia para estos grupos sino para nosotros mismos, que nos hemos atrevido a rechazar al ser humano porque Dios no ha rechazado a ninguno de ellos. Que aprendamos hoy a buscar a sentarnos a la mesa con Jesús y Leví, que están celebrando la vida.

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