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viernes, 3 de junio de 2016

MATEO 11, 25 UN YUGO FACIL

MATEO 11, 25 – 30: En aquel tiempo Jesús dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo escondido estas cosas de los sabios e instruidos, se las has revelado a los que son como niños. Sí, Padre, porque esa fue tu buena voluntad. »Mi Padre me ha entregado todas las cosas. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo. »Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana.»


Llevar este pasaje de su tiempo al nuestro supondría decir que ya no hay muchos como aquellos niños en nuestra sociedad occidental, europea, americana… pues ahora seríamos más como los sabios y entendidos gracias a nuestro nivel cultural. A los niños los hemos desplazados a las zonas rurales o a países en los que la cultura, o la prudencia, no ha sido posible alcanzar. El evangelio es de los pobres, pero también de los ricos, si yo uso el evangelio para hacer una especie de himno reivindicador hacia los necesitados, estoy perjudicando a quienes, siendo también creyentes, no viven bajo la amenaza de la pobreza. Hay muchas personas apacibles, humildes y generosas que son cultas, ricas, poderosas… y gracias a Dios que las hay porque si no fuera así los más necesitados serían completamente olvidados.

Sí es cierto, pero, que de la lectura de hoy existe una necesidad, o una llamada a ser como los niños. No a regresar a la infancia, y tampoco a desprenderse de las posesiones, sino que el término niños se refiere aquí a esa inocencia que todavía ni pide, ni exige, ni prejuzga. Volverse niño es para dejar a las personas ser quienes son, porque en esa edad, si miramos en un colegio, cada uno es lo que es: el que pega, el que recibe, el que juega, el que llora… y luego ya vendrá el crecimiento. En ese estadio infantil hay tiempo para pasarlo bien, para abrir la imaginación, hay amigos invisibles, y parece que algunos incluso pueden mirar más allá.

¿No habéis escuchado nunca aquello de: has perdido la espontaneidad, la gracia, la chispa, o la inocencia? Bien, eso es que nos hemos olvidado de ser niños, y la premisa fundamental para regresar a aquella etapa es descubrir, o redescubrir podríamos decir, dejando a las cosas y a las personas ser lo que son. Lo mejor de un niño (o de una niña) es dejar a Jesús ser Jesús, ¿y cómo es Jesús? Hoy te diría que es el Hijo, engendrado (no creado), unigénito y a través del cual todo fue hecho, imagen visible del Dios invisible… ¡vaya!

Parece que el sentido de las catequesis son para dar a conocer a Jesús, a Dios, nuestra fe y cómo se profesa, pero también deberían ser un espacio de acercamiento del adulto al infante, de intercambiar experiencia, de intuiciones. Sin duda, si buscamos un espacio en el que hacernos con este pasaje debe ser ahí, con los más pequeños, que nos contagian entusiasmo y ganas de descubrir, qué bonito es el mundo desde el prisma de una niña, cuánto color, qué castillos! O desde la vitalidad del niño, nunca se cansan… se agotan.


El reto del adulto es redescubrir al Cristo de la infancia y reubicarlo en nuestro mapa teologal. Quizás por el camino del desarrollo y el aprendizaje hemos dejado de ver a Jesús como Él es para proyectar en Él otro tipo de imágenes. Bien, volvamos a ese tiempo de imaginación, vivamos la experiencia de la gratuidad y regresemos a nuestro tiempo más vitales, incluso más inocentes.

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