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martes, 21 de junio de 2016

MATEO 7,6 NI PERROS, NI CERDOS

Mateo 7, 6.12 - 14: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No deis lo santo a los perros, ni les echéis vuestras perlas a los cerdos; las pisotearán y luego se volverán para destrozaros. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la Ley y los profetas. Entrad por la puerta estrecha. Ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos.»


Siempre me ha picado la curiosidad, ¿quiénes son los cerdos y los perros? Bien, aunque podemos darle muchas vueltas, a pesar de que podríamos decir que son unos u otros, señalarlos, sabiendo que es muy fácil encontrar ejemplos para referirnos de un modo tan despectivo a algunos, el sentido de las palabras del evangelista hay que enclavarlas, necesariamente, en su lugar y época. Es decir, además, que aquel sentido que podía tener esta afirmación ha quedado absolutamente derribado por causa de la Cruz y la Resurrección de Cristo, pues por su obra son quitadas las barreras de la raza, el lugar…

En su lugar la paz, que es la bandera que proclama la victoria de Jesús. La paz tanto en las cosas terrestres como en las celestes, incluso entre unas y otras. Por ello, aquí ya no viven aquellos perros ni aquellos cerdos, sino otro tipo de realidades que, repito, nos deben hacer cambiar nuestro lenguaje. Es inadmisible tratar de explicar hoy este pasaje según el tiempo del evangelista. Es más! Si hoy hay que repartir perlas, ilusión, educación, tesoros, o santidad, que sea entre aquellos que corren riesgo de exclusión, o que viven alejados del Cristo, o que abandonados a sus situaciones (pobreza, guerra, violencia…) mascan la cultura del odio. Pero ni los más malos son perros o cerdos.

Si tienen que pisotearme, pues que lo hagan, pero no por ello voy a dejar de acudir allí donde creo que se necesita ayuda, que hay trabajo por hacer. Aunque quizás deba decirme yo mismo perro, o cerdo, si creo que por mi trabajo ha de venir una remuneración, una recompensa, quizás me vea a mi mismo pisoteando las perlas y lo santo, viéndome decepcionado por mi propio ego, por mis intenciones. ¿Empezaré a ladrar?


Que nadie merezca una reprobación como esta, que nadie reciba tal menosprecio. Hoy ya no hay perros ni cerdos sino personas humanas, hermanos y hermanas, gente con aspiraciones, con corazón, con ilusiones… que no me atreva yo a cortarlas.

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