Translate

sábado, 23 de julio de 2016

LUCAS 11, 1 PADRENUESTRO

LUCAS 11, 1 – 4: Un día estaba Jesús orando en cierto lugar. Cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: —Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos. Él les dijo: —Cuando oren, digan: »“Padre,  santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Danos cada día nuestro pan cotidiano. Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos ofenden.  Y no nos metas en tentación.”


El Padrenuestro es la oración por excelencia de cualquier cristiano. Pero realmente la dijo Jesús? Bien, podríamos entrar en lo especulativo teniendo en cuenta todo lo que rodea a la redacción de los evangelios. Quizás esta oración responde perfectamente a una intencionalidad teológica de aquellos autores… Sea como fuere y traspasando las dudas, afirmamos que lo esencial del pasaje reside en la oración en sí, no en la forma sino en el fondo. Jesús se relacionaba de muchas maneras con el Padre, pero era en oración (podríamos decir), cuando se nos muestra la habitación íntima, el corazón de la relación entre Padre e Hijo. Ese es el testigo, y también la herramienta, que nos deja a nosotros el pasaje.

Ustedes diríjanse a Dios como su corazón les diga, olvídense de formalismos, de gestos, de dramatismos. Hay días que puedo dirigirme a Dios en acción de gracias, hay otros días en los que a causa de la salud me dirijo en un tono menos confiado, incluso algunas veces cuando levanto el pensamiento, o cuando digo algunas palabras estoy enfadado. Pero estoy convencido que todas ellas son formas de oración, porque son una expresión a Dios de lo que tengo (más íntimo) en mi corazón. Es como la señal de mi confianza absoluta al Padre, que puedo explicarle si estoy bien, o estoy mal, o si estoy enfadado porque no entiendo, o porque no me parece bien. ¿Todas las oraciones son de olor de rosa? No, desde luego! Podemos acudir a Getsemaní, por ejemplo, o recorrer en algunos salmos las intenciones del salmista.

A Dios hay que hablarle, si es para bien o es para mal, diría Jesús (seguramente). La oración nos pone en contacto con ese íntimo más íntimo de nosotros mismos, con el espacio del alma, con la espiritualidad. Pero nosotros accedemos a la habitación trascendente como somos, con lo que tenemos, sin transformarnos en un yo nuestro más místico, hondo o sabio. Somos como aquel publicano que se golpeaba en el pecho: Señor, mira… si yo soy así. Entonces le puedo dar gracias, o le puedo pedir perdón, o puedo implorar un favor, o simplemente estoy para pasar un rato con Él, una intimidad (desde mi intimidad).

La oración es una experiencia de proximidad, pero a veces cuando escucho el Padrenuestro, en según qué lugares, parece más una expresión ritual, porque toca. Nuestra vida, en sí, es una gran (o puede ser una gran) oración, porque nuestra vida es un diálogo ininterrumpido con Dios a través de Cristo, en el Espíritu. Es una comunicación que jamás se rompe, aunque nosotros (y no Dios) podemos decidir interrumpirla, o acallarla. La oración es un medio de conocimiento, de interioridad, de mística, de realidad, de intencionalidad, de contacto, de diálogo… La oración es un todo que nos conforma.


Puedo pasar la vida reservándome para un padrenuestro, para un momento especial, para una misa, para una reunión de oración. Pero puedo, por el contrario, pensar que la oración y mi vida van juntas, como juntamente vivo en Cristo con Dios, y hacer de mi oración una vida y de mi vida una oración.

No hay comentarios:

Publicar un comentario