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sábado, 2 de julio de 2016

MATEO 9, 14 EL VINO Y EL VESTIDO

Mateo 9, 14 - 17: En aquel tiempo, se acercaron los discípulos de Juan a Jesús, preguntándole: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?» Jesús les dijo: «¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán. Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto y deja un roto peor. Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, porque revientan los odres; se derrama el vino, y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos, y así las dos cosas se conservan.»


Es muy humano esto de querer o pretender que unos hagan como acostumbran otros, viendo lo que es novedoso, lo sorprendente, lo diferente, no sólo como algo inusual sino como equivocado, invalidando así muchas de las iniciativas y formas de vida como la que estos discípulos de Juan señalaban a Jesús. Esto nos pasa en el seno del cristianismo muy amenudo, pues estamos terriblemente divididos entre dos polos que no terminan de solidarizarse. Así, estan los conservadores y están los liberales, los costumbristas y los innovadores, los más litúrgicos y aquellos que lo son menos, los que practican y los que no… podríamos seguir y seguir. Y siempre ocurre que los de un lado y los del otro terminamos por buscar a Jesús para preguntarle por qué aquellos no hacen como nosotros?

Cada uno puede llevarse el evangelio a su terreno, quizás no es lícito pero así lo hacemos, es algo innegable. Para cada orden, para cada movimiento, para cada parroquia la suya es la forma de hacer las cosas mientras que para los demás, lógicamente, es la otra. ¿Es posible conciliar estas posturas?¿Es posible salvar nuestra propia incomprensión? No creo, en cierto modo estamos condenados a convivir sin terminar de entendernos aunque no por ello estamos llamados a discutir. Somos diferentes, es evidente, pero también somos iguales, todos somos hijos e hijas de un mismo Señor. ¿Hay que estropear un vino o malograr un vestido? No, en todo caso hay un llamado a conservar ambas cosas.

Que me gustaría una Iglesia más abierta, más consecuente, más pobre, más entregada, más crítica… a mí sí, pero no por ello tengo que pretender romper el corazón de la otra parte que considera que la Iglesia debe ser conservadora, recta… Quizás el problema sea que, sin duda, yo terminaría por discutir con la otra parte, porque veo muy clara mi postura, mis pensamientos, lo que interpreto del evangelio. Que duda cabe que me gustaría no hacerlo, pero en ese sentido somos irreconciliables, aunque hermanos y hermanas. ¿Salvaremos las rupturas?¿Conseguiremos un hilo de diálogo – acción?


La diversidad es buenísima, que seamos a la vez tan diferentes también, que podamos ser de izquierdas o de derechas, o de centro, es un privilegio que nos permite crecer, desarrollarnos como sociedad, como género, como personas. Vivamos pues esta generosa participación de cada uno en la vida aunque sin romper vestidos o echar a perder vinos.

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