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martes, 26 de julio de 2016

MATEO 13, 16 A QUIENES VEN Y OYEN

Mateo 13, 16 - 17: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.»


¿Qué debe ser esto que los profetas y justos desearon ver y oír? ¿Qué sería esto hoy? Bien, de entre todas las cosas que podríamos decir, hablar, reflexionar o cuestionar, querría afirmar que aquello que nos hace dichosos, hoy, por ver y oír tiene que ver con nuestro prójimo, con nuestra hermana, con nuestro hermano, con nuestra madre, con nuestro padre, con el amigo e incluso con el enemigo… porque lo que vemos y oímos es vida y todo lo que conforma la vida tiene su origen en Dios. ¿Hace falta ser más trascendental para entender qué es el don de la vida?

Si afináramos nuestra vista, ni nos pusiéramos las lentes de Dios, podríamos ver a la humanidad como un gran regalo, el compartir nuestra vida, nuestro suelo y nuestro tiempo como parte de algo único, irrepetible, original y precioso. Qué bien poder estar aquí y hoy contigo y contigo para compartir esta experiencia que se nos ha dado y que es la vida.

Si afináramos el oído podríamos, también, darnos cuenta de dos cosas: la primera es el gemido de todas las personas que sufren, que están enfermas, que viven desamparadas, que tienen problemas y escuchándo este dolor nos daríamos cuenta de que somos dichosos porque podemos, con nuestra vida, ofrecer ayuda a quienes lo necesitan.

Podríamos también, segunda cosa, escuchar el pálpito del corazón de las personas que conviven con nosotros, aquí o allí, más cerca o más lejos, porque el palpitar del corazón nos hace a todos iguales. Todos reimos y todos lloramos, todos sentimos, todos amamos, todos tenemos defectos… Si yo afinara mi oído más de vez en cuando me daría cuenta de que comparto una misma naturaleza y una misma voluntad de ser feliz, de ser amado… ¿Entonces, por qué hacer daño a los demás?

Entonces, para buscar la dicha hay que tener un gusto primordial por la felicidad, por ser y por hacer feliz. Está claro que en este mund hay ocasiones para todo y que lamentablemente, a veces, parece que haya más ocasión para el mal que para el bien. No se dejen confundir, ni se dejen amedrentar porque si afinan sus sentidos, si escuchan el corazón, si dejan de endurecerse y si vamos a lo esencial… ¿no hay más bien que mal?¿No hay más deseo de amar que de rechazar?


Siéntanse felices, felices como este Jesús que se encontró con una situación vital de necesidad a la que respondió con su vida, con un amor hasta el extremo.

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