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sábado, 26 de noviembre de 2016

LUCAS 21, 34. TRANQUILIDAD

LUCAS 21, 34 – 36: «Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre.»


He leído estos días un artículo de Xabier Pikaza, “causas y consecuencias del clericalismo”, en el que hace mención al sacerdocio laical como la forma de servicio de Cristo en contraposición con el orden ministerial que, dice, parece más propio de instituciones cultuales del pasado que justificaron, quizás necesariamente, un momento histórico.

El Pueblo de Dios lo formamos todos los creyentes que, con el bautismo, pasamos a formar parte del Cuerpo de Cristo. Esta perspectiva, que nos pone a todos en camino de un sacerdocio mesiánico como comunidad, aboga por invertir el orden de jerarquías tradicional y debería bastar para impulsar la acción de todos los creyentes a favor de la evangelización. Como dijiste en clase, para que viéndonos puedan llegar a desear conocer al Cristo.

Estamos en un tiempo en el que las iglesias deben sentirse comunidad humana y en la que es de rigor quebrantar cualquier tipo de clericalismo que haga pensar en que unos están por encima de otros, o que unos tienen mayor presencia que otros.

La idea de volver a Cristo, de volver a la evangelización, del amor a través del testimonio, de la solidaridad entre personas son temas que, hoy en día, están presentes en la conciencia de unos fieles que se sienten identificados con esta Iglesia más humana, cercana, entregada, que sirve y está en misión. El corazón de la comunidad, que se celebra en la eucaristía, parte de la vida compartida en lo cotidiano, a través del testimonio (sea Caritas, sean Radares…), por medio de la pedagogía (catequesis, grupos de lecturas bíblicas, grupos de encuentro…)… Vivimos en un tiempo en que las acciones y gestos han recobrado importancia y que, de ese modo, terminan por acercarnos a lo que debió ser la vida de Jesús tal como la narran los evangelistas.

Nuestra posibilidad más inmediata parte de la creatividad con la que funcionemos como Iglesia y como comunidad creyente. Quizás mirando, atónitos, como el mundo ha vuelto a cogernos la delantera. Sólo hace falta ver como el marketing se sirve de valores para captar consumo. ¿No podría haber hecho esto mismo la Iglesia? Si en definitiva los valores que se proponen son los nuestros. Qué digo los nuestros!? Si incluso podríamos ofrecerlos mejor bajo la premisa del amor.

A este respecto no puedo dejar de pensar en Lucas_16:8, cuando se nos dice aquello de que “El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente, pues los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz”.

Aprendamos pues de las herramientas que tenemos, de la presencia gratuita del Espíritu que ya está en todas las situaciones de la vida, las veamos o no. Deseemos proclamar, amar, servir, dedicarnos, incluso desgastarnos hasta perder los talentos porque Dios nos los volverá a dar si por amor los perdimos. Que podamos decirle al mundo: se ha acabado tu tranquilidad.

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