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domingo, 20 de noviembre de 2016

LUCAS 23, 35 LADRONES

LUCAS 23, 35 - 43: En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido». Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos». Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús le dijo: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».


Ciertamente hoy deberíamos, los cristianos, sentirnos un poco como estos dos ladrones que acompañan a Jesús. Tal y como va el mundo el pago de nuestra fe tiene, necesariamente, que pasar por la cruz ya que nuestra actuación a nivel mundial, si bien necesaria, es escasa y pobre. Escasa porque aunque haya muchísimas personas entregadas a la causa del ser humano, la verdad es que no hay los suficientes. Parece que la mayoría cristiana se esconde, huye o relativiza la causa humana. Pobre porque no podemos quedarnos en las estructuras que tenemos mientras siga habiendo cerca de 25 millones de niños y niñas que pasan por situación de pobreza, por citar alguna de las alarmas que nos sobresaltan.

El justo pago del que habla el ladrón se parece al reclamo del siervo inútil, que hizo solo aquello que le dijeron, lo que tenía que hacer. El justo pago de nuestra cristiandad habla de la indiferencia con la que, hoy, vivimos una fe apartada de la denuncia social. Quizás por temor, por falta de reflexión, por ausencia de decisión o porque creemos que desde nuestra posición poco, o nada, podemos hacer. Craso error! Porque si pensamos así desde luego que nada vamos a cambiar en esta vida. Pues... crucificados.

La voz de la comunidad no puede perderse en cosas de menor importancia ante las urgencias del mundo como el sacerdocio de las mujeres, la cuestión del celibato, la comunión de los divorciados... que son importantes, sí, pero que no pueden ser las principales luchas de los cristianos. Esto nos impide ver que la denuncia profética se está perdiendo, que faltan voces que vayan contra las estructuras de pecado con las que cohabitamos. Y es necesario que, primero, busquemos la erradicación de todo aquello que atenta contra la dignidad de la persona para, después, ir a lo específico de nuestra liturgia, de nuestra Iglesia o de nuestro ideal.


Nos conformaremos con estar en el paraíso? Nos quedamos con la misericordia en lo personal? Mayor denuncia, mayor desgaste, más madera (como diría Groucho Marx). No nos perdamos en el sinfín de causas y vayamos a por las importantes. Después, clarísimo, ya iremos a lo específico.

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