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jueves, 22 de diciembre de 2016

LUCAS 1, 39 ISABEL Y MARIA

Lucas
1, 39 - 56: En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.» María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.» María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.


Cuando leo este estallido de felicidad y alabanza que surge del encuentro de la visitación no puedo dejar de pensar que este pasaje deberíamos extrapolarlo, más frecuentemente, a nuestra realidad, a nuestra actualidad, porque existen lugares, hay personas, que no sólo necesitan ser visitados sino que también están huérfanas de esta felicidad que mana del corazón y los vientres de las dos mujeres.

Piensen, quiénes fuimos nosotros para que Dios se acordara de nosotros? O quienes para que nos visitara la madre de mi Señor? O su propio Hijo? Y, entonces, quiénes somos nosotros para no llevar esa misma actitud de encuentro a quienes lo necesitan? O acaso no hubo alegría y alabanza cuando fuimos hallados?

A nosotros nos corresponde, hoy, ponernos a caminar como lo hizo María hasta llegar a casa de su pariente; nos toca llevar en el vientre la Buena Noticia del Evangelio, que transforma los corazones; nos ocupa el trabajo de ir al encuentro del otro como Dios salió al nuestro propio. A nosotros nos corresponde iniciar un viaje, una peregrinación, cuya bandera es la alegría, la alegría de comunicar vida, esperanza, amor… Y para ello todos y todas llevamos una preciosa semilla en el vientre.

Isabel proclama un cántico, una alabanza y una bendición. Qué importante, que podamos llevar adelante un testimonio que termine también así. Que quien nos reciba se contagie de esta alegría del evangelio para cantar y alabar y que nosotros nos podamos quedar también un tiempo con él, con ella. Hoy más que nunca la tierra necesita ser un poco como Isabel y nosotros, los cristianos, un poco como María.


Preparen su bolsa, el asno, el bastón, aseguren el trayecto, programen las paradas que sean necesarias y vayan al camino, al otro lado, como necesitándonos, nos espera Isabel.

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