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martes, 6 de diciembre de 2016

MARCOS 7. TRADICIONES

Marcos 7, 1 - 13: En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos (los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas.)  Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?» Él les contestó: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos." Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.» Y añadió: «Anuláis el mandamiento de Dios por mantener vuestra tradición. Moisés dijo: "Honra a tu padre y a tu madre" y "el que maldiga a su padre o a su madre tiene pena de muerte"; en cambio, vosotros decís: Si uno le dice a su padre o a su madre: "Los bienes con que podría ayudarte los ofrezco al templo", ya no le permitís hacer nada por su padre o por su madre, invalidando la palabra de Dios con esa tradición que os trasmitís; y como éstas hacéis muchas.»


Qué es lo que prevalece en nuestra vida? La forma o el fondo? Porque si prevalece la forma, en cuanto significa aparentar, mantener una imagen, hacerse ver, o estar vestidos de corrección... nuestra opción cristiana, a pesar de ser correcta, va a vivir en un sepulcro, entre lápidas, en una paleta de colores gris y, finalmente, sin la autenticidad y la frescura de aquella libertad a la que también fuimos, o somos, llamados. Me cuesta entender estos ambientes en los que se pide corrección, en los que bajo una neblina de sonrisa y amor se esconde un velatorio, o una tierra de conflictos. Me produce estupor pensar que me conformo en una rutina de aspectos de vida cristiana en donde ya pocas cosas llegan a sorprenderme, o en la que la risa de un niño, el llanto de un infante, o hasta que suene el mobil en la eucaristía... envenene mi sangre y me haga explotar.

Cuando nos sacude esta especie de tolerancia intolerante, o cuando defendemos el derecho a la vida bajo paradigmas de muerte, o incluso cuando defendemos la libertad pero conducimos a las personas al presidio... me puedo sentir muy cristiano, pero sólo en la forma. Y seamos sinceros, porque vivimos en una sociedad en la que todavía cuesta aceptar lo que es diferente, lo que se sale del patrón, lo que no sigue aquella tradición que parece marcar los límites de lo que se puede o no. Todo es forma, apariencia. Y en apariencia, vayamos con cuidado, se acaba la vida, se agota, se consume.

Dicen que una de las bases de la vida cristiana reside en la capacidad de conversión, en la transformación (progresiva y constante) y para llegar, o para dejarse transformar, necesariamente hay que tocar el fondo, el alma, el espíritu, hay que traspasar y dejarse traspasar, penetar... lo cual nos acerca a la experiencia sensitiva, que es la tocante al corazón. 


Que podamos alcanzar lo más esencial de nosotros mismos, que es aquello que toca a Cristo. Sea en lo personal, sea en lo comunitario. 

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