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sábado, 10 de diciembre de 2016

MATEO 17, 10. CAMINOS DE DIGNIDAD

Mateo 17, 9 - 10  Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos.» Sus discípulos le preguntaron: «¿Por qué, pues, dicen los escribas que Elías debe venir primero?» Respondió él: «Ciertamente, Elías ha de venir a restaurarlo todo. Os digo, sin embargo: Elías vino ya, pero no le reconocieron sino que hicieron con él cuanto quisieron. Así también el Hijo del hombre tendrá que padecer de parte de ellos.» Entonces los discípulos comprendieron que se refería a Juan el Bautista.


A lo largo del año muchas veces nos encontramos haciendo oración por multitud de motivos. Me gustaría lanzar uno más que, lejos de pretender quedarse ahí en el bulto piadoso, querría que resonara con fuerza en nuestro corazón: es la oración por la vocación fundamental del ser humano a ser feliz. Además a serlo independientemente de su condición religiosa, social o sexual, por ejemplo, pues siendo el ser humano una expresión tan plural, aprendamos a verlo desde su composición integral, sin dejar que ni los fantasmas, ni los condicionantes, ni la fama, ni la miseria, ni el qué dirán sean factores que nos limiten esta visión.

Sólo, sólo de este modo vamos a ser partícipes de la más grande transfiguración del ser humano, que ya no necesita de un Tabor, ni de vestiduras blancas, ni de la presencia de grandes profetas… sino que precisa un corazón dispuesto a convertirse al deseo de Dios, que la persona viva.

Ya que entramos en un tiempo de adviento, que es en definitiva un tiempo de acogida, tengamos presente aquella que más cuesta, que más dificultades encuentra y que menos en cuenta tenemos en la mayoría de veces, que se refiere al ser humano.

Tengo por presente que la graciosa acogida de Dios no es como la nuestra, tampoco como la de la Iglesia. Su acogida amorosa no distingue, ni hace prescindir, ni contiene nada más que amor. Dios dignifica, no deshumaniza. Dios ama, no condicona. Dios, que abrazó a la humanidad en Cristo, es quien nos muestra el camino en este adviento del siglo XXI.

Que podamos adoptar esta intuición del Trascendente y verterla hacia los límites de la sociedad, de la autoridad, de la economía, de la enfermedad….

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