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jueves, 9 de febrero de 2017

MARCOS 7, 24. MIGAJAS

 Marcos 7, 24-30: EN aquel tiempo, Jesús fue a la región de Tiro. Entró en una casa procurando pasar desapercibido, pero no logró ocultarse. Una mujer que tenía una hija poseída por un espíritu impuro se enteró enseguida, fue a buscarlo y se le echó a los pies. La mujer era pagana, una fenicia de Siria, y le rogaba que echase el demonio de su hija. Él le dijo: «Deja que se sacien primero los hijos. No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos». Pero ella replicó: «Señor, pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños». Él le contestó: «Anda, vete, que por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija». Al llegar a su casa, se encontró a la niña echada en la cama; el demonio se había marchado.


Quisiera quedarme con la primera parte del pasaje en la que vemos a un Jesús que, aún intentándolo, no puede pasar desapercibido para reclamar de la cristiandad mucho más protagonismo en su acción hacia el mundo actual. Cierto, ya hacemos muchas cosas. Pero hace falta más valentía en aquellas que necesitan, imperiosamente, una revisión en clave de amor. La política, la economía y, en definitiva, en poder han de verse interpoladas e interrogadas por la comunidad cristiana si queremos vencer esta espiral deshumanizadora.

Me da la impresión que todavía gusta mucho que se nos acerquen de rodillas a pedir alimento, alimento que nos sobra. Creo que a pesar del trabajo y la caridad de las comunidades de base, el cristiano de a pie se siente muchas veces mendigando no por comida, sino por el Evangelio del Reino. Hay prosiguen las problemáticas del clericalismo, la jerarquía, la endogamia... Y a ellas le sumamos la falta de actitud hacia las exigen las del tiempo presente y que tambalean a la humanidad.

No podemos seguir pasando desapercibidos, nuestro testimonio debe ir adelante. No podemos vivir ni un segundo más abandonando al ser humano a su suerte, pecamos por omisión. Necesitamos un compromiso imperioso hacia las dificultades de la vida, ofreciendo la luz que podemos dar, la sal que podemos ofrecer, el amor del que somos portadores y la paz, por la que hay que trabajar.

Basta de migajas, juntemos más mesas, más sillas y hagamos más comida.

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