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miércoles, 22 de febrero de 2017

MATEO 16, 13 QUIEN SOY?

 Mateo 16, 13: En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.» Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»  Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.» Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.


Quién es mi amigo? Quién digo que es?
Estas son las dos preguntas que sacamos de la lectura del evangelio. Dos preguntas que son importantes para Jesús. Y no sólo por cuanto pretenden la descripción de esa amistad, sino porque también va a indicar la pertenencia misma de Cristo. No es tan importante el saber describir cómo es el amigo, o simplemente ver quién es el amigo. Ahora empieza a tener relevancia conocer al amigo, dirigir la mirada hacia su origen, conocer sus raíces familiares y entrar a formar parte de su intimidad.

Si alguien cercano me pregunta: quién digo que es? Podría responderle con la obviedad. Tú eres Jesús. Y ciertamente, hay un primer signo de conocimiento y cercanía por cuanto conozco su nombre, y puedo identificarlo del resto de personas que están a su alrededor. Pero esta respuesta ya la saben todos los que están allí reunidos. Todos conocen a Jesús, porque Jesús lleva a sus espaldas ya toda una vida pública en la que ha habido curaciones, milagros, sermones e incluso enfrentamientos de diversa índole con ciertos grupos. Pero todos conocen a Jesús de Nazaret, un hombre especial que enseña a la gente una forma de espiritualidad, una especie de profeta que habla aspectos del Dios del cielo, y  a veces un instigador que se enfrenta a los maestros de la ley, fariseos y sacerdotes.

En aquella época, además, el pueblo judío estaba a la espera de la aparición del ansiado Mesías, aquel que pondría fin a la opresión del pueblo. El libertador! Y con ahínco buscaban a quien pudiera parecerse, adecuarse a la figura. Un nuevo rey, como antaño fuera Ciro, o como añoraba el profeta Isaías. Una promesa de Dios para la libertad del judío.


Para Pedro la realidad no era muy diferente que para el resto de sus compatriotas. Sería que ahora Jesús podría ser aquel que esperaban? Leyendo dentro de este mismo capítulo 16, el evangelista narra cómo los fariseos y los saduceos demandan una señal, y todo ello bajo la mirada aún puesta de la reciente alimentación a los 4000, momento que seguramente sirviera a todos estos para ver la pompa, el poder, la gloria… Juan el Bautista ha muerto (mateo 14), ahora el referente ya sólo es Jesús.

Quisiera entender que a mí también me es fácil identificar a mis amigos por sus logros, triunfos. Por su posición en la vida, su categoría social… Y a pesar de que yo no espero a ningún mesías, si parece que espero esta mejor versión, la más exitosa, la que no tiene ni fisuras, ni errores, ni defectos. Me resulta tan sencillo estar al lado del que vence…  Tengo muchas veces mi expectativa en función de las personas. Y mi valoración respecto de su grandeza, estatus, seguridad… Y debo ser muy como este Pedro que no hace sino embellecer la figura de Jesús. 

A este Jesús yo me apunto, lo sigo, lo adulo. Y además es mi amigo, y como amigo mío que es también se sentirá placido de recibir mi alago, mi efusión, mi alabanza. Yo conozco a este Jesús y en su realeza pongo toda mi confianza.


Pedro habla en voz alta, identifica a Jesús con su esperanza como judío, pero él mismo hace un tránsito ahora que lo lleva de la amistad al servilismo. Y que lo sitúa en una posición de seguidor más que de amigo. Desde esa posición dejo de ver la intimidad del hombre que conozco y sólo logro acceder a esa imagen externa con sabor a pompa.

Ya no hay esa relación tan estrecha del grano de mostaza, del tesoro escondido, del hablar con parábolas a la gente para explicar a sus discípulos el verdadero significado de las mismas. Parece que la esencia de la relación cielo y discípulos, Jesús y amigos, se está quebrando en este conocimiento del Cristo. En Nazaret sólo reconocen su humanidad, y ahora… camino después, quieren reconocerlo como rey.

Jesús escucha. La respuestwa de Pedro lleva ahora otra carga: El Hijo del Dios Vivo. Esta es la verdadera intimidad con respecto a la pregunta que lanza Jesús. Porque me conoces, Pedro, sabes que soy el Hijo del Dios Vivo. Porque tanto hemos compartido, vivido, que has visto de dónde vengo, mis orígenes. Te he presentado a mi Padre celestial, hemos vivido en su presencia, te he enseñado a orar. Lo has conocido, me has conocido.

Esa amistad sincera, gratuita y libre que se forja en Galilea, a orillas del mar, progresa con la elección y el apostolado, y se ratifica con esta respuesta. Eres el Hijo de Dios. La carga de intimidad, y de relación, de esta respuesta de Pedro nos indica por qué este apóstol formaba parte del núcleo más importante de amigos del maestro. Marta y María también hacen una procesión de fe similar antes de la resurrección de su hermano Lázaro. Creemos que eres el Hijo de Dios. Los más cercanos y allegados a Jesús conocen su intimidad, y Jesús la intimidad de ellos. Así, cuando nadie es capaz de identificar a Cristo, de responder a la pregunta, Pedro, aún perdido en los acontecimientos consigue enlazar la parte más externa, con la parte más sensible de la relación. Este hombre, no es sólo el Mesías que esperábamos, sino que además es el Hijo del Dios vivo.


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