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martes, 7 de febrero de 2017

MARCOS 7. COSAS DE LEY

Marcos 7, 1 – 8
Los fariseos y algunos de los maestros de la ley que habían llegado de Jerusalén se reunieron alrededor de Jesús, y vieron a algunos de sus discípulos que comían con manos impuras, es decir, sin habérselas lavado. (En efecto, los fariseos y los demás judíos no comen nada sin primero cumplir con el rito de lavarse las manos, ya que están aferrados a la tradición de los ancianos. Al regresar del mercado, no comen nada antes de lavarse. Y siguen otras muchas tradiciones, tales como el rito de lavar copas, jarras y bandejas de cobre) Así que los fariseos y los maestros de la ley le preguntaron a Jesús: —¿Por qué no siguen tus discípulos la tradición de los ancianos, en vez de comer con manos impuras? Él les contestó: —Tenía razón Isaías cuando profetizó acerca de ustedes, hipócritas, según está escrito: »“Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me adoran; sus enseñanzas no son más que reglas humanas.”


Cuando un cristiano habla de la comida, seguramente haga referencia al evento principal, o por excelencia, de la celebración, o del encuentro (que también es de celebración), porque posiblemente estemos hablando de la eucaristía. En nuestra sociedad, esto de comer es muy divertido: algunos quieren guardar las formas, otros buscan la excelencia, los hay que lo hacen rapido para marchar a la tv, los hay que piden silencio y quienes aprovechan para hacer una especie de cónclave de la familia... Los cristianos tambien tenemos en esto del comer todo un simbolismo, pero en el fondo y viendo nuestras eucaristias: Que cada cual coma como le de la gana, caramba!!

Sabemos que las reglas humanas, aquellas que decimos: como Dios manda, más que acercar están alejando a las familias de la mesa de la eucaristía. Sí, podemos aún decir que hay muchísimos creyentes que siguen reuniéndose en torno al altar, pero siendo honestos también diríamos que asistimos, cada día, a alguna nueva huída. Las discusiones sobre cómo hay que hacer, cómo vestir, cómo acercarse, cómo presentarse, cómo rezar… son como espantapájaros. Cuando digo: que cada uno coma como le dé la gana, reivindico la absoluta libertad de cada individuo para presentarse, dirigirse o estar ante Dios celebrando la fiesta de la eucaristía, que es también la fiesta con los hermanos. Sólo si me siento cómodo, a gusto, bien, comprendido, aceptado, amado estaré con ustedes en la mesa y comeré y beberé.

Jesús nos diría algo así como: déjense de manos limpias, o impuras, y denles ustedes de comer! Porque lo realmente importante pasa por recuperar al ser humano, que se dispersa por el mundo en busca de lo trascendente. Lo realmente importante es que quizás no sea esta generación, pero que los hijos, las hijas y los hijos de estos recobren el sentido de amor que Dios ha querido para el mundo y todo pasa por la mesa. Porque en la mesa, cuando hay fiesta, se reúne toda la familia. Y la mesa es el lugar de las confidencias, el momento para explicarnos cómo estamos, cómo nos va; es el momento de conocernos y si queremos ser comunidad debemos traspasar lo más cordial de la velada para llegar a lo profundo del corazón: así seremos hermanos.

Y, termino, no es que haya mesas de los creyentes, de los no creyentes, de los buenos, de los que no lo son… sino que sólo una única mesa, universal, en la que todo lo que se sirve pasa por el amor de los unos y los otros, todos invitados, todos comensales, todos con un lugar (un buen lugar) en la fiesta.


Que la mesa sea un lugar de encuentro y no uno de discordias; que sea un motivo para servir a los demás; que sea una oportunidad de abrir nuestras fronteras; que sea un camino que nos conduzca a la celebración; que sea un justo ejemplo de Cristo.

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