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miércoles, 1 de febrero de 2017

MARCOS 6, 1. FE PROFETICA

Marcos 6, 1 - 6: En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?» Y esto les resultaba escandaloso. Jesús les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.» No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.


Estoy convencido de que lo fundamentalmente importante para el cristiano pasa por la adhesión vital a Cristo, y esta sólo es posible por acción del Espíritu. Claro que uno puede iniciar un camino de fe como un itinerario ascético, creyendo que por la acción de su esfuerzo podrá conseguir la realización de una vida según el evangelio, pero lo cierto es que es un camino que termina por cansar, pues el ser humano se agota cuando en su horizonte espiritual no existe una persona viva, que viene a nosotros por el influjo del Espíritu. Nuestra vida no proviene de una relación académica, intelectual o abstracta con nuestro Señor sino que surge de un dinamismo vital que nos adhiere a su persona, que es por medio del Espíritu.

Estamos, claro, en el ámbito del misterio, pues el Espíritu se derrama sobre quien quiere y como quiere. ¿Podemos decir que hay personas con más o menos Espíritu? No, obviamente, pero sí podemos afirmar que en algunas personas hay un mayor desarrollo o una mayor sensibilidad al trabajo que el Espíritu hace en ellos. Esto nos indica el caràcter vivo de la Tercera persona de la Trinidad, que no se mueve como un estándar sino que acude al encuentro de cada persona según es ella, según sus características, singularidades, límites... Porque como en ningún caso Dios quiere ser de obligación para las personas, tampoco puede obligar a una medida de Espíritu para cada uno sino a un único Espíritu que se derrama en nuestras vidas según quiere.

Esta vida, además, es un regalo que se nos entrega gratuitamente, pero que conlleva la responsabilidad de dejarse transformar por Él. Es un don que tiene capacidad de actuación en nuestra vida, que quiere transformarla, pues una obra de este Espíritu es la de enseñarnos la verdad, y esta verdad es la de andar como Cristo en amor. No con un amor carnal, o sexual, sino como una dinàmica de vida en caridad, de acogida, de perdón, de aceptación y de servicio. La acción del Espíritu nos abre las puertas hacia esta nueva comprensión del mundo y de las personas que vienen a ser más hermanas, más próximas, más amadas. Hay una iluminación interior que sucede en nosotros y que nos “abre a”. Y sólo podremos comprender esta renovación interior desde el plano existencial, no desde el intelectual, pues así como nuestra condición carnal será para toda la vida, necesitamos de la novedad vital de esta otra naturaleza, espiritual, que nos lleva a comprender otra faceta de nuestra existencia, más cercana a Dios, que tiende a Dios.

Esta vida, por último, no está exenta de peligros, de inconvenientes, de problemas, pero nos da algunas claves para que nuestro funcionamiento en el mundo sea en clave de felicidad, de gozo, de Buena Nueva. Y es que interiormente ha ocurrido una experiencia de vida sin igual, que nos abre a lo trascendente y que genera en nosotros una esperanza nueva, que nos acerca a esa realidad del Reino y que sólo es posible vivir en el Espíritu.


Quizás tendría que preguntar: ¿Por qué algunos podemos vivir esta experiencia y otros no?¿Qué requisitos hay que cumplir para recibirlo?...

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