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sábado, 7 de octubre de 2017

LUCAS 10, 17. OJOS QUE VEN


 Lucas 10, 17 – 24: Regresaron los 72 alegres, diciendo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.» Él les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad, os he dado el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones, y sobre todo poder del enemigo, y nada os podrá hacer daño; pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos.» En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.» Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron.»


Hay algo más importante que el poder, que la capacidad de sujetar al mundo, que ser una de esas manos que hacen decantar la balanza de la vida según sus intereses. Ante toda proclamación de poderío y de majestad Cristo atiende a otra dirección. Poner la mirada en el cielo, vivir como inscritos en el Reino. Esto es, funcionar como servidores. Como los últimos, los que viven desde una ética de la compasión y del cuidado. Como aquellos que buscan dar otro movimiento a nuestro mundo, incluso desde el mismo destino de muerte de Jesús. ¿Acaso es esto una utopía?¿No es por esto mismo que nos llamamos cristianos, que nos decimos transformados, convertidos, convencidos?

Cuando somos capaces de vivir según el Reino, de movernos en las coordenadas de la vida de Cristo, somos también capaces de cambiar el sentido del mundo. Regresamos a la conciencia de nuestra historia como historia de salvación y como lugar de actuación del Espíritu. Cuando no, nos vemos inmersos en la vorágine de consumismo e inhumanidad que nos lleva a participar de estos capítulos en los que el mundo actual ha decidido enclavar su huella. Y participamos, y vivimos, y hasta lo normalizamos. Qué vergüenza. Qué tristes los ojos que ven lo que vemos.

Hablamos siempre de hacer un nuevo llamado, pero debe ser un llamado que ahonde en el corazón de las personas, que decidan hacer opción por los contravalores del capital, del poder y de las ideologías. Lo que el cristiano tiene de comprometido es hacia el amor, que es absolutamente lo contrario de los cauces de un mundo actual que busca el conflicto y la destrucción.

Busquemos entrar en un tiempo de crisis; hagamos temblar las estructuras que nos gobiernan; seamos capaces de llenar de esperanza, de solidaridad, de amor y de Buena Noticia cada rincón de esta Tierra que gime con nosotros, que grita casi desesperada. No nos dejemos llevar por las voces de la política, de la economía… que no hacen sino daño a la vida, biológica y espiritual, de todos nosotros, peregrinos en el mundo. Tratemos de llamar, de clamar y de establecer las directrices del Reino, de la opción de Dios, del amor de Cristo.

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