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lunes, 9 de octubre de 2017

MATEO 21, 33. NOS QUITAN LA VIÑA

 Mateo 21, 33 – 43: «Escuchad otra parábola. Era un propietario que plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar y edificó una torre; la arrendó a unos labradores y se ausentó. Cuando llegó el tiempo de los frutos, envió a sus siervos a los labradores para recibir sus frutos. Pero los labradores agarraron a los siervos, y a uno le golpearon, a otro le mataron, a otro le apedrearon. De nuevo envió otros siervos en mayor número que los primeros; pero los trataron de la misma manera. Finalmente les envió a su hijo, diciendo: “A mi hijo le respetarán.” Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron entre sí: “Este es el heredero. Vamos, matémosle y quedémonos con su herencia.” Y agarrándole, le echaron fuera de la viña y le mataron. Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?» A esos miserables les dará una muerte miserable arrendará la viña a otros labradores, que le paguen los frutos a su tiempo.» Y Jesús les dice: ¿No habéis leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido; fue el Señor quien hizo esto y es maravilloso a nuestros ojos? Por eso os digo: Se os quitará el Reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos.»


El mundo de nuestro tiempo vive en una continua paradoja, cierto, y hoy las viñas que se plantan alrededor del mundo son del todo globales. Uno puede plantar su viña aquí o allí, o puede llevársela de un lugar a otro, o puede fiscalizarla allí donde crea que le es más favorable… La imagen agrícola, tan recurrente en la literatura bíblica, hay que re-transformarla ahora en tecnológica, atómica, o económica… Incluso la figura de la piedra angular, tan básica y cristificada, hay que comenzar a moverla en otro sentido porque los edificios, por más sólidos que sean, también hay que ir restaurándolos. Aunque sea a base de derramas que los vecinos de la comunidad cristiana llevamos pagando desde hace años a una realidad terrestre cada vez más alejada de la impronta celeste. Si seguimos relativizando la realidad del Reino de Dios nos olvidaremos que, desde tiempos antiguos, el Reino de Dios sufre violencia, avanza contra viento y marea y que sólo los que se esfuerzan logran aferrarse a él.

Hoy ya no hablamos de pueblos sino de comunidades, o de grupos, o de lugares muy locales que rinden frutos del Reino. Es absurdo generalizar, pero cada vez constatamos una pérdida alarmante del fundamento cristiano en nuestra sociedad en la que imperan otras piedras angulares que se han hecho más totalizadoras, fuertes y necesarias que la cristiana. No es que rindamos culto a Mammon, pero es cierto que estamos sometidos al yugo económico. No es que neguemos el señorío de Cristo, pero vivimos al arbitrio de los grupos de poder y de presión que gobiernan, legislan, informan y determinan los estándares de vida del ciudadano medio. No es que queramos acabar con nuestro planeta, pero es que cada vez terminamos con mayor rapidez con nuestros recursos naturales, quemando bosques, envenenando el medio ambiente y en una escalada nuclear que no termina, ni quiere hacerlo.

¿Y si Dios quitara el Reino… quién rendiría fruto?

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