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jueves, 14 de diciembre de 2017

MATEO 11, 11. ARREBATAR EL REINO

 MATEO 11, 11 – 15«En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Pues todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron. Y, si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir. El que tenga oídos, que oiga.


No hace falta mirar mucho más allá para darnos cuenta de que todavía, hoy, se sigue haciendo violencia contra el Reino de los cielos, si entendemos el Reino como algo que ya está sucediendo en la Tierra y que mucho tiene que ver con el ser humano y con su libertad, su dignidad, su bienestar… Si es tan fácil vulnerar la vida, cuánto más lo será hacerlo contra este Reino, que no todos llegan a ver (o a comprender). ¿No es fácil hacer violencia contra la música, contra el amor, contra la poesía? Tan fácil como hacer violencia al Reino de Dios, que sólo vemos a través de los ojos de la fe, o a través de los ojos del corazón. Y no es sólo por cuestión de estética sino porque los poderes y sus influencias miran con otros ojos, con una mirada más turbia, menos amable, distante y que desprecia.

Nuestro cometido es el de luchar para que el Reino sea una realidad instaurada en nuestro mundo, en nuestro tiempo, entre nosotros. Jesús nos dice que el Reino ya ha venido tratándose de instaurar por mucho tiempo, ahí tenemos el testimonio de los profetas, pero que siempre ha encontrado focos de rechazo, situaciones que se han hecho finalmente con la esperanza y que lo han quebrantado. Pero no sólo a los profetas, sino que el Reino que instaura Jesús también topa con señales de incomprensión y, finalmente, con la aparente derrota de su actividad evangélica. Y es que nadie dijo que acercar a la humanidad la propuesta de Dios sea cosa fácil, porque aun promoviendo libertad o amor, el mundo también genera violencia, y la violencia forma parte de nuestras vidas, como una fuente más de la que también bebemos.

¿Podemos luchar violencia con violencia? No, desde luego. Con la violencia sólo hemos conseguido apartar a la sociedad de Dios, pues muchos son los que viven apartados de la Iglesia han sido también violentados. Cuántos colectivos viven apartados de la eucaristía, de la comunión, de la comunidad porque sus vidas no son conforme a lo que se nos dice, ¿no es eso violencia?¿Así queremos acercar el Reino?¿Qué clase de Reino vivimos, o instauramos… el Reino de los hombres, o el Reino de Dios?

Me sorprende ver cómo este Cristo que fundamenta la paz entre pueblos, entre realidades celestes y terrestres, entre Dios y el ser humano, pueda ser motivo de violencia (de unos y de otros). ¿No nos estamos equivocando?¿No es tiempo de volver al Jesús de la paz?

Hay que empezar a construir puentes, quizás a tirar aquellos que ya tratamos de utilizar porque no sirven, porque se caen a pedazos. Tendamos entonces nuevas formas de conexión entre estos dos mundos que viven alejados por este mar de conflictos que nos azotan, forjemos puentes de comunión, de comprensión, de entendimiento, de colaboración, de aceptación, de acercamiento, de celebración.

No quiero seguir celebrando la vida sin todos estos hermanos y hermanas a los que se fuerza a vivir alejados, por el motivo que sea (o porque aborten, o porque estén divorciados, o por su opción sexual…). No quiero pensar que tengo puesta la fe en un Cristo dividido, o de un Cristo normativo, o de un Cristo obsoleto, inhumano… No quiero que mi fe sea estéril. Quiero vivir agradeciendo a cada persona su unicidad, su autenticidad, su vida, su particular y glorioso reflejo de Dios, y no quiero perderme ninguno, quiero poder ver todos los colores, y a Cristo en el fondo de ellos, feliz, alegre, sonriendo… porque conseguimos instaurar la paz.

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