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domingo, 16 de diciembre de 2018

MATEO 1, 18. SAGRADA FAMILIA

 MATEO 1, 18 – 24La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.» Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros.» 


El episodio de Belén nos deja muchas imágenes, entre ellas dos que son muy humanas: en primer lugar hay un nacimiento y, en segundo lugar, Jesús es ahora un niño pequeño, que necesita del calor de sus padres y de su sustento. Acostumbrados que estamos a hablar de este Jesús grande, que obra milagros, que enseña y predica, que hace milagros y que tiene la fuerza suficiente como para cargar con la cruz, estamos ahora ante un pequeñuelo que, como todos a su edad, tiene una total y absoluta dependencia de sus padres. Este mismo niño, de alguna manera, también depende cada navidad de nosotros, pues como padres y madres que somos, acogemos la Buena Noticia en el corazón para que cada año nazca en nosotros ese mismo milagro de Belén.

Como ocurrió en el nacimiento, y con María y con José, de este nacimiento no hay gran eco, no llega a ser conocido por muchos, pero entre ellos hay gran gozo. Igualmente, los principales testigos de cuanto ocurre en nuestro corazón somos primeramente nosotros, a veces no llega a saberlo mucha gente, pero para nosotros es motivo de alegría. Gozo que después repercutirá hacia afuera, en el entorno, con los nuestros, pero que en el momento de nacer es también como un pequeño pesebre, entre Dios y nosotros.

La navidad es un misterio, y en el nacimiento de Jesús hay un misterio de fragilidad. ¿Han sujetado a un recién nacido alguna vez?, es tan frágil, tan pequeño… Pues como este recién nacido así Dios viene a la vida, a nuestra vida, para decirnos que quiere que nosotros lo cuidemos también (pues no sólo será Dios quien cuide de nosotros). Habrá que darle amor, habrá que darle de comer, habrá que ayudarlo a crecer porque quiere estar con nosotros, quiere vivir en nosotros y quiere que aprendamos a buscar esa relación de Amor que forja todo nacimiento.

Y no se preocupen, que en ningún caso Dios va a pedirnos que seamos unos padres o unas madres perfectas, sino sólo que tengamos esta capacidad de acogida al recién nacido, como de sujetarlo entre nuestros brazos, amándolo, cuidando de Él.

Deseen pues esta paternidad, o esta maternidad, deseen coger a la criatura, cuidarla, alimentarla, abrazarla… es algo muy especial que nos concede Dios a sus criaturas, poder acoger al Creador y al Salvador en un tiempo que no sólo dependemos de Él, sino Él también de nosotros.

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