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jueves, 2 de abril de 2015

JUAN 13 ¿TU ME LAVARAS LOS PIES?

JUAN 13, 1 – 11: Se acercaba la fiesta de la Pascua. Jesús sabía que le había llegado la hora de abandonar este mundo para volver al Padre. Y habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Llegó la hora de la cena. El diablo ya había incitado a Judas Iscariote, hijo de Simón, para que traicionara a Jesús. Sabía Jesús que el Padre había puesto todas las cosas bajo su dominio, y que había salido de Dios y a él volvía; así que se levantó de la mesa, se quitó el manto y se ató una toalla a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y comenzó a lavarles los pies a sus discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba a la cintura. Cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo: —¿Y tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí? —Ahora no entiendes lo que estoy haciendo —le respondió Jesús—, pero lo entenderás más tarde. —¡No! — protestó Pedro—. ¡Jamás me lavarás los pies! —Si no te los lavo, no tendrás parte conmigo. —Entonces, Señor, ¡no sólo los pies sino también las manos y la cabeza! —El que ya se ha bañado no necesita lavarse más que los pies —le contestó Jesús—; pues ya todo su cuerpo está limpio. Y ustedes ya están limpios, aunque no todos.


El itinerario cristiano parte de sentirse tan profundamente amado como para entregar la vida, hasta la última gota de sangre por los demás. De la entrega de Jesús que Juan nos narra en este pasaje podemos deducir no sólo el amor que Cristo siente por la humanidad sino también el amor que Jesús sintió de todo este grupo de hombres y mujeres que convivían con él. Y aunque el evangelista no recoja demasiadas muestras de ello, podemos leer cuánto amaron a Jesús, hasta el punto de rechazar su muerte. Cuando Pedro negó a Jesús en el huerto no es que lo hiciera por miedo a las represalias sino que por tan grande amor que sentía hacia Jesús. Por eso era tan difícil entender que se Jesús se entregaba y que, además, lo hacía líbremente.

Para este primer grupo tan fácil podía ser amar a Jesús como difícil comprender muchas de sus decisiones. Pero la verdad es que el que quiera amar a Jesús también tiene que amar su humanidad y en esta vida de Jesús, Dios nos enseña a mirar su presencia también en las cosas malas, o dramáticas que también coexisten en el mundo. Quienes buscaban la majestad, la perfección o la pompa de Cristo eran decepcionados vez tas vez. Y quienes amaban al que era maestro, que perdonaba pecados y tenía poder de sanación, tampoco lo entendían cuando Jesús lloraba. ¿Tú Señor me lavarás a mí los pies? Jamás!

Pues a partir de este pasaje será cuando vamos a ver a este Jesús angustiado, herido, golpeado, traicionado, juzgado y finalmente muerto. Ya no habrá tiempo para sanar, o para multiplicar panes, o para transfigurarse, ni tan siquiera para que canten Hosana al rey. Y entre los últimos gestos de amor del Cristo a los suyos les lava los pies y actúa como sirviente. Y cómo descoloca cuando alguien sin esperarlo te lava los pies, o te los unge con perfume, o te los besa, porque los pies es una zona del cuerpo bastante sufrida, a veces con heridas, otras veces con olor, a veces sudoroso… y muchas veces no queremos que nos los vean. Si a mi me dijeran cuál es la parte de tu cuerpo que menos de gusta diría los pies sin dudarlo.

Qué especial, entonces, porque Jesús nos invita a cuidar de estos pies que representan la zona más curtida, trabajada, cansada y básica del ser humano. Y la propuesta es para cuidar a todas estas personas que dan la vida desde los lugares más olor a dificultad, desde las bases, las parroquias y a todos aquellos que tienen callos, durezas, que están agrietados, o mal cuidados, que también necesitan de cuidados a que los lavemos, los aliviemos, y con una toalla ceñida les apoyemos, les amemos, les ayudemos…


Que en esta noche de cena y de amistad, ese amor que tenemos no genere rechazo.

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