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miércoles, 22 de abril de 2015

JUAN 6, 35 EL PAN DE VIDA II

JUAN 6, 35 – 40: —Yo soy el pan de vida —declaró Jesús—. El que a mí viene nunca pasará hambre, y el que en mí cree nunca más volverá a tener sed. Pero como ya les dije, a pesar de que ustedes me han visto, no creen. Todos los que el Padre me da vendrán a mí; y al que a mí viene, no lo rechazo. Porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la del que me envió. Y ésta es la voluntad del que me envió: que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el día final. Porque la voluntad de mi Padre es que todo el que reconozca al Hijo y crea en él, tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final.


Metafóricamente, esta presentación de Jesús como el pan de vida viene a nosotros por uno de los sentidos desde los que conocemos las cosas, y no sólo como un sentido sino, además, como un alimento que satisface y una bebida que quita la sed. Para el evangelista, Jesús se encarga de satisfacer integralmente al ser humano, tanto con el pan y la bebida más física como con el alimento y bebida espiritual. En nuestras eucaristías existe también ese venir a Él cada vez que tomamos ese pan y ese vino, símbolos de la nueva alianza.

La presentación del mensaje, en tiempos de Jesús, parece que sobresalta, y que pocos son los que creen en este pan de vida. A pesar de los milagros, de las curaciones, de las palabras, el evangelista Juan nos mostrará durante estos capítulos seis, siete y ocho, un momento de mucha ruptura entre los que seguían a Jesús. Pero este Jesús nos enseña que quien quiera a este Padre debe, necesariamente, creer, acercarse y comer y beber, y ciertamente a este Dios, que es trascendente y no podemos ver, sólo nos acercamos cuando nos encontramos con Jesús, y de ese encuentro con el Cristo, dice Juan, logramos adherirnos a su persona y adoptamos sus intereses. Será como una relación de amistad, íntima, desde la que viviendo como Cristo vive, vivimos como Dios quiere.

Y Dios quiere que el ser humano viva en plenitud, sea feliz, capaz de amar y de ser amado, y que sea como cada cual es (original). Dios sólo nos pide que nos acojamos al mandamiento del amor, de otro modo viviríamos sometidos a tantas normas que nos perderíamos lo esencial de la vida que nos ha regalado el Señor. Y si nos ha regalado la vida lo ha hecho para que la gastemos amando, acertando y equivocándonos porque eso es lo natural a nosotros. Unas veces estamos bien con todos, otras tenemos una discusión, pero es la vida. Los judíos buscaban (y buscan)a Dios en la torah, los griegos en la perfección… Pero que decepción sería ¿verdad? Si aquel que dice que nos ama nos pidiera la perfección, o el cumplimiento de los 613 preceptos de la Torah.

Vivir como Cristo vivió es el reflejo de muchas situaciones de la vida, desde el cariño de su grupo, la traición de Judas, la negación de Pedro, el trabajo de pescadores, las enfermedades, la bolsa en la que guardaban el dinero, la administración de bienes y la convivencia entre hombres y mujeres. Y Cristo dicen también que tenía su genio, así que vivir como aquel primer y primitivo grupo, como hoy en día, es vivir desde la imperfección, que es lo más bello de la existencia. Si Dios nos hubiera querido perfectos, nada de lo que conocemos sería, pero Dios nos ha creado imperfectos, débiles, con finitud, y con capacidad de amar, de aprender, de trabajar, de crear…


El alimento y la bebida de Jesús no busca a gentes perfectas, sino que te quiere a ti, me quiere a mi con todos nuestros defectos. Wow! Qué amor más precioso! Y qué lección dejar al ser humano ser él mismo, así como Dios es Dios. 

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