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miércoles, 15 de abril de 2015

JUAN 3, 16 TANTO AMO DIOS AL MUNDO

JUAN 3, 16 – 21: Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él. El que cree en él no es condenado, pero el que no cree ya está condenado por no haber creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios. Ésta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, pero la humanidad prefirió las tinieblas a la luz, porque sus hechos eran perversos. Pues todo el que hace lo malo aborrece la luz, y no se acerca a ella por temor a que sus obras queden al descubierto. En cambio, el que practica la verdad se acerca a la luz, para que se vea claramente que ha hecho sus obras en obediencia a Dios.


San Agustín entendió la relación entre las personas de la trinidad bajo la cobertura del amor, así como nosotros tenemos la necesidad de amar, de ser amados y de dar amor, podemos entrever la relación celestial. El Padre, es el que ama (el amans) y el Hijo es el amado (amatus) y entre ellos hay una relación especial de amor (por el Espíritu), pero además, para que este amor no se convierta en un ejercicio egoísta y por lo tanto incompleto, debe proyectarse hacia afuera, por tanto en beneficio nuestro. Ésta sea quizás la fórmula más clara y sencilla de entender este tanto amor de Dios hacia el mundo.

Un amor que además salva, y una salvación que actúa en nosotros también de esta misma forma que con el Hijo para que se proyecte hacia afuera, hacia el prójimo. Entonces, nosotros nos movemos entre dos polos mientras vivimos: podemos escoger este amor perfecto que tiene su prolongación en los hermanos, o podemos vivir de una manera egoísta, sin proyección, en la que esa relación de amor se queda entre el Tú y el Yo. ¿Quién no ha visto una relación entre dos en la que uno termina absorbiendo al otro? Paulatinamente uno de los amantes se va quedando sin amigos, sin tiempo libre, sin familia… y termina actuando a la sombra de ese amor esclavo: es una relación imperfecta y egoísta.

La actividad amante lo determina todo, porque necesariamente todos y todas queremos sentirnos amados y también todos queremos ofrecer amor. Pero siendo una necesidad universal muchas veces termina por resultar que se ejerce dentro de unos límites egoístas, esto ocurrirá cuando Jesús o Pablo hablan de la Ley como un elemento que termina con la gratuidad de las relaciones, y que es necesario superar ese estadio para regresar al amor. En nuestro tiempo cada cual puede poner el ejemplo que quiera, pero sigue siendo igual de cierto: condenamos la orientación sexual, negamos la eucaristía a un separado, complicamos en acceso a las vocaciones, y más allá de lo religioso existe todo aquello que impide tanto el amor entre culturas como el agua, la comida… bloqueos.


A mi sabría mal tener que abrirme paso a empujones, aunque muchas veces pienso que al final es lo que quieren, o es la opción que nos dejan. Ciertamente vivimos en un amor incompleto, por más que quieran decirnos lo contrario. Me gustaría orar porque toda esta maraña que impide que el amor llegue al amado (o a la amada), porque si mi necesidad de amar no encuentra a ese quien, terminaremos por fustrarnos. ¿Acaso ya lo han conseguido?  

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