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viernes, 10 de abril de 2015

JUAN 21 SUBIR A LA BARCA

JUAN 21, 1 – 10: Después de esto Jesús se apareció de nuevo sus discípulos, junto al lago de Tiberíades. Sucedió de esta manera:  estaban juntos Simón Pedro, Tomás (al que apodaban el Gemelo ), Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo, y otros dos discípulos. —Me voy a pescar —dijo Simón Pedro. —Nos vamos contigo —contestaron ellos. Salieron, pues, de allí y se embarcaron, pero esa noche no pescaron nada. Al despuntar el alba Jesús se hizo presente en la orilla, pero los discípulos no se dieron cuenta de que era él. —Muchachos, ¿no tienen algo de comer? —les preguntó Jesús. —No —respondieron ellos.  —Tiren la red a la derecha de la barca, y pescarán algo. Así lo hicieron, y era tal la cantidad de pescados que ya no podían sacar la red. ¡Es el Señor! —dijo a Pedro el discípulo a quien Jesús amaba. Tan pronto como Simón Pedro le oyó decir: «Es el Señor», se puso la ropa, pues estaba semidesnudo, y se tiró al agua. Los otros discípulos lo siguieron en la barca, arrastrando la red llena de pescados, pues estaban a escasos cien metros de la orilla. Al desembarcar, vieron unas brasas con un pescado encima, y un pan. —Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar —les dijo Jesús.



Sabemos que en la antigüedad, el mar representaba el mal del mundo, allí se encontraba el terrible Leviatán y, en definitiva, el mar sigue siendo un inabarcable misterio que siempre se presta para sorprender al ser humano. Me explicaron este pasaje en clave de salvación, en fin, es un pasaje que puede leerse desde muchos puntos de vista. En este caso, Jesús resucitado quiere dejarnos una misión definitiva a la comunidad cristiana respecto el mundo, que viene a ser como un mar, con sus problemas, sus dificultades, sus luchas, sus contradicciones… Jesús, que nos ha enseñado cómo caminar por encima del agua, nos anima a proseguir con esta aventura de rescatar a las personas de sus situaciones más difíciles.

La misión de los amigos y amigas de Jesús es la de ofrecer la mano para poder sacar del mar al ser humano y acercarlo a esa orilla en la que está sentado el Señor, esperándolos con las brasas preparadas y con el pan y el pescado. Porque a la gente hay que darles muchas cosas, pero lo primero que hay que hacer es cubrir su necesidad más inmediata. Y el que sale del agua, lo que necesita es el calor de las brasas y algo de comer. La escena que nos dibuja el evangelista es preciosa, y mientras la comunidad cristiana trabaja para devolverle al ser humano su libertad, Cristo nos hace el llamado a la playa como un lugar al que llevarlos.

Pero este trabajo no es fácil, y aunque parezca mentira hay muchas veces en la que esa mano que se ofrece es rechazada, y la opción de algunos es la de seguir viviendo en ese mar cada vez más hondo. ¿Qué es lo que hay que hacer? Seguramente lo mejor que podamos hacer es seguir saliendo a pescar al mar, ofreciendo nuestra barca, teniendo en tierra las brasas apunto, porque quizás en alguna de estas los podamos recoger y recoger, al fin y al cabo, es despertarlos a su realidad, abrirles los ojos para que puedan mirar al horizonte y ver al Señor, como Pedro.

La comunidad cristiana es portadora de paz, de perdón, de reconciliación… Esta es la misión de cualquier cristiano, ser testimonio del amor de Dios a través de nuestros propios actos, aunque también a través de nuestros mayores defectos. De algún modo el cristiano es un reivindicador de la libertad, porque lo que el ser humano necesita es ser libre para no ahogarse en el mar. Las barcas son tan sólo el lugar que la comunidad propone para navegar por encima de las aguas y para acercar estos encuentros en la playa con Jesús.


Y cuando se produzca cada encuentro, dejar que cada cual haga lo que quiera hacer, lo que tenga que hacer. Algunos se quedarán con nosotros, trabajando en la barca y otros, querrán marchar. Pero que todos ellos puedan tener esta experiencia con Cristo y ser salvados del mar. 

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