JUAN
21, 1 – 10: Después de esto Jesús se apareció de nuevo sus
discípulos, junto al lago de Tiberíades. Sucedió de esta manera: estaban juntos Simón Pedro, Tomás (al que
apodaban el Gemelo ), Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo, y
otros dos discípulos. —Me voy a pescar —dijo Simón Pedro. —Nos vamos contigo
—contestaron ellos. Salieron, pues, de allí y se embarcaron, pero esa noche no
pescaron nada. Al despuntar el alba Jesús se hizo presente en la orilla, pero
los discípulos no se dieron cuenta de que era él. —Muchachos, ¿no tienen algo
de comer? —les preguntó Jesús. —No —respondieron ellos. —Tiren la red a la derecha de la barca, y
pescarán algo. Así lo hicieron, y era tal la cantidad de pescados que ya no
podían sacar la red. ¡Es el Señor! —dijo a Pedro el discípulo a quien Jesús
amaba. Tan pronto como Simón Pedro le oyó decir: «Es el Señor», se puso la
ropa, pues estaba semidesnudo, y se tiró al agua. Los otros discípulos lo
siguieron en la barca, arrastrando la red llena de pescados, pues estaban a
escasos cien metros de la orilla. Al desembarcar, vieron unas brasas con un
pescado encima, y un pan. —Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar
—les dijo Jesús.
Sabemos que en la antigüedad, el mar representaba el mal del mundo, allí se
encontraba el terrible Leviatán y, en definitiva, el mar sigue siendo un
inabarcable misterio que siempre se presta para sorprender al ser humano. Me
explicaron este pasaje en clave de salvación, en fin, es un pasaje que puede
leerse desde muchos puntos de vista. En este caso, Jesús resucitado quiere
dejarnos una misión definitiva a la comunidad cristiana respecto el mundo, que
viene a ser como un mar, con sus problemas, sus dificultades, sus luchas, sus
contradicciones… Jesús, que nos ha enseñado cómo caminar por encima del agua,
nos anima a proseguir con esta aventura de rescatar a las personas de sus
situaciones más difíciles.
La misión de los amigos y amigas de Jesús es la de ofrecer la mano para
poder sacar del mar al ser humano y acercarlo a esa orilla en la que está
sentado el Señor, esperándolos con las brasas preparadas y con el pan y el
pescado. Porque a la gente hay que darles muchas cosas, pero lo primero que hay
que hacer es cubrir su necesidad más inmediata. Y el que sale del agua, lo que
necesita es el calor de las brasas y algo de comer. La escena que nos dibuja el
evangelista es preciosa, y mientras la comunidad cristiana trabaja para devolverle
al ser humano su libertad, Cristo nos hace el llamado a la playa como un lugar
al que llevarlos.
Pero este trabajo no es fácil, y aunque parezca mentira hay muchas veces en
la que esa mano que se ofrece es rechazada, y la opción de algunos es la de
seguir viviendo en ese mar cada vez más hondo. ¿Qué es lo que hay que hacer?
Seguramente lo mejor que podamos hacer es seguir saliendo a pescar al mar,
ofreciendo nuestra barca, teniendo en tierra las brasas apunto, porque quizás
en alguna de estas los podamos recoger y recoger, al fin y al cabo, es
despertarlos a su realidad, abrirles los ojos para que puedan mirar al
horizonte y ver al Señor, como Pedro.
La comunidad cristiana es portadora de paz, de perdón, de reconciliación…
Esta es la misión de cualquier cristiano, ser testimonio del amor de Dios a
través de nuestros propios actos, aunque también a través de nuestros mayores
defectos. De algún modo el cristiano es un reivindicador de la libertad, porque
lo que el ser humano necesita es ser libre para no ahogarse en el mar. Las
barcas son tan sólo el lugar que la comunidad propone para navegar por encima
de las aguas y para acercar estos encuentros en la playa con Jesús.
Y cuando se produzca cada encuentro, dejar que cada cual haga lo que quiera
hacer, lo que tenga que hacer. Algunos se quedarán con nosotros, trabajando en
la barca y otros, querrán marchar. Pero que todos ellos puedan tener esta
experiencia con Cristo y ser salvados del mar.
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