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lunes, 13 de julio de 2015

MATEO 10, 34 A LAS ESPADAS

MATEO 10, 34 - 35: No crean que he venido a traer paz a la tierra. No vine a traer paz sino espada. Porque he venido a poner en conflicto al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, a la nuera contra su suegra.



Hablar de la paz, o buscarla, implica (como la libertad) un proceso en el cual suelen aparecer luchas, batallas, conflictos. Incluso alcanzada la paz siempre vive algún conflicto, lo vemos de un modo más próximo en la pareja y también podemos extraerlo de predicar a Cristo. La teología de la liberación está en una de estas tesituras, aplicada en lugares donde cohabitan con la explotación, la falta de derechos humanos, la repartición desigual de las riquezas, y la deseducación de los campitos, las zonas más humildes. El Cristo que predicamos los cristianos a veces es de paz, a veces reivindica, y otras veces pelea. No sé si es correcto segmentar a Jesús de esta manera, pero si en la bandera vive la libertad del ser humano por mí… adelante.

Claro, Pablo en Efesios dirá que Cristo es nuestra paz, la piedra que ha sido capaz de igualar al libre y al esclavo, al hombre y a la mujer, al judío y al griego. Pero tanto el tiempo de Jesús como el de Pablo estuvieron teñidos de sangre, de esclavitud, de dictadura y de religiosidad rigorista. Entonces, ahí podemos ver la espada y con ella un mar de guerra, de valentía, de entrega, de desafíos…

Para nosotros, hoy, alzar la espada parece poco menos que probable. Primero, por la pérdida de interés y de identidad cristiana; segundo, porque se está perdiendo la generación, y no hay un vínculo genuino entre padres e hijos; tercero, porque nos hemos conformado; y cuarto, porque no hay fuego.

Podemos hablar de Jesús, de Pablo, de Lutero, de Martin Luther King, de Bonhoeffer, de Edith Stein… nombres que han desenvainado la espada a favor de la humanidad; actualmente también podríamos encontrar a Casaldaliga, a Segundo Montes, Ellacuría, Romero… aunque en esta lista faltan jóvenes, faltan más jóvenes preocupados, entregados, que deseen implicarse en la vida y a favor de ella, que quemen el mundo, que lo hagan arder de amor, cómo encuentro a faltar a tantos y tantas, chicos y chicas, acampando a las puertas de la Iglesia, del Gobierno, de Hacienda, o de los bancos para reclamar, para anunciar, para responder y para sacar la espada.


El fuego, que muchas veces se apaga, sobrevive en las brasas, esperando que se avive, que se aliente. Por ello, preocupémonos de poner en la juventud una semilla de deseo, de libertad, de vida, de acción, de compromiso, de amor. Hablemos con ellos, apoyémoslos, cuidémoslos y vayamos con ellos hacia sus sueños, sus metas, sus preocupaciones, porque esta generación ya está pasando sin presentar batalla.

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