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viernes, 17 de julio de 2015

MATEO 12, 1 DE QUIEN ES EL SABADO?

MATEO 12, 1 – 6: Por aquel tiempo pasaba Jesús por los sembrados en sábado. Sus discípulos tenían hambre, así que comenzaron a arrancar algunas espigas de trigo y comérselas. Al ver esto, los fariseos le dijeron: —¡Mira! Tus discípulos están haciendo lo que está prohibido en sábado. Él les contestó: —¿No han leído lo que hizo David en aquella ocasión en que él y sus compañeros tuvieron hambre? Entró en la casa de Dios, y él y sus compañeros comieron los panes consagrados a Dios, lo que no se les permitía a ellos sino sólo a los sacerdotes. ¿O no han leído en la ley que los sacerdotes en el templo profanan el sábado sin incurrir en culpa? Pues yo les digo que aquí está uno más grande que el templo.


Señalar a alguien cuando hace algo prohibido es fácil, diría que a veces incluso llega a gustar a los acusadores, que encuentran un cierto placer una vez han denunciado al infractor. Sea por un robo, sea por comer, la denuncia sigue adelante. Diríamos que en nuestro tiempo nada ha cambiado, porque si antes acusaron los fariseos, hoy lo hace el ministerio de Hacienda, que infla con cargos y recargos a los autónomos, a los particulares y al pequeño empresario que se ve ahogado por la demanda implacable de la máquina gubernamental. Claro, si estas personas fueran cristianas, algún valiente (o alguna) podría mañana encadenarse delante del ministerio de hacienda, o el de justicia, o el de economía… para volver a declarar aquello que Jesús recuerda a los exaltados judíos:

“¿O no han leído en la ley que los sacerdotes en el templo profanan el sábado sin incurrir en culpa?”

En el recuerdo inmediato, los repetidos casos de corrupción que arrastran a toda la política en general, y que parece presentar impunidad para unos y expiación para otros. Ellos son nuestros sacerdotes del presente, y también profanan el templo de la justicia, de la igualdad, de la caridad, de la libertad. No digo que tengamos que hacer lo malo, sólo que de una vez venzamos la tiranía del poder para garantizar a cualquier hombre o mujer una casa, tres platos de comida al día, una asistencia sanitaria digna, y una política más humanitaria y en la que el interés no esté en salir a bolsa, sino en que ustedes y nosotros seamos felices.

El dilema es el mismo que enfrentó Cristo, y hoy no me valen los discursos, las buenas intenciones, el deseo de cambiar o las promesas, porque la realidad en la calle es que las familias cada día afrontan su cruz, son su sufrimiento, con su sangre, y con mucho dolor.

Los que realmente pueden, declaren que el hombre no está hecho para el sábado sino que el sábado se hizo para el hombre. Y esto son muchos cambios, y también es un acto de valentía y de amor. Los que hablan, los que predican, los que tienen acceso a las decisiones, rompan toda constitución porque está mal redactada y devuélvanle al ser humano lo que le pertenece, esto es la vida.


Piénsenlo, pero no se detengan demasiado.

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