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lunes, 27 de julio de 2015

MATEO 13, 33 FERMENTAR LA MASA

MATEO 13, 33 – 35: Les contó otra parábola más: «El reino de los cielos es como la levadura que una mujer tomó y mezcló en una gran cantidad de harina, hasta que fermentó toda la masa.» Jesús le dijo a la multitud todas estas cosas en parábolas. Sin emplear parábolas no les decía nada. Así se cumplió lo dicho por el profeta: Hablaré por medio de parábolas; revelaré cosas que han estado ocultas desde la creación del mundo.


Quizás hoy podríamos haber marchado a una panadería para atender al ejemplo de la levadura. Vimos anteriormente que existía la levadura de los fariseos, que tenía un mal sentido; veremos ahora otra clase de levadura, mejor, que tiene capacidad para transformar toda la realidad. El Reino de los cielos es una transformación, externa e interna, por eso a pesar de que pueda parecer harina, ésta ha fermentado. Después con la masa podemos hacer muchas cosas además de pan, pero todo producto llevará de esta masa madre que ha fermentado; así, la vida cobra otro sentido más pleno cuando el Reino vive en nuestro corazón, y de ello repercuten muchas de nuestras obras.

A veces, la fermentación puede ser inmediata, subir rápidamente, o puede tardar un poco más, incluso años. Pueden removerse tantas cosas que incluso aquellas que nosotros pensamos que ya se transformaron, todavía estaban por renacer.

En este pasaje, el papel de la mujer está en la unión de la harina y la levadura. Ella trabaja la mezcla hasta que finalmente se liga, y entonces se guarda para que fermente. Esta mujer podemos ser cada uno de nosotros, en Cristo, con nuestro trabajo, interés, decisión, implicación, amor… Cada cual tiene su forma de trabajar la mezcla, su forma de dar vueltas y vueltas. Algunos se usan de instrumentos, otros trabajan con las manos. Qué importante es toda esta gente que, como la mujer, trabajan para armonizar los ingredientes. Muchos y muchas, como ésta, sin nombre y haciendo un trabajo encomiable por el ser humano y por el mundo en el que vivimos. A veces a jornada completa, otros en jornada intensiva, algunos sólo pueden hacerlo a horas, y hay quienes dan lo que pueden, aunque sea poco. Todos amados y amadas.

Esta mujer es como el nexo entre el Reino y la harina, como dibujándonos el perfil del ser humano, de la encarnación. No simboliza a Jesús, sino a la humanidad. Porque cómo hace Dios, o de qué manera actúa, o cómo trabaja, no lo sabemos. A través del ser viviente es como vislumbramos todo trabajo espiritual: en su forma de amar, en su forma de darse, en su forma de ayudar… Lo más evidente de la transformación está en lo que vemos, o descubrimos, y sin esa capacidad visual quedaría lo que es invisible. Aunque no vemos la levadura, sí observamos a la mujer trabajándola y aunque podríamos hablar de todo el tema de la imagen de Dios, no será hoy.


Acabo, y ese trabajo de la mujer sólo concluye cuando fermentó toda la masa. Y esa es la obra de Cristo, que nos lleva a la perfección. Porque aunque lo divino traspase lo humano, su obra no termina en la cruz sino que resucita, y con ella la vida eterna.

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