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miércoles, 29 de julio de 2015

MATEO 13, 44 TESORO ESCONDIDO

MATEO 13, 44 – 46: El reino de los cielos es como un tesoro escondido en un campo. Cuando un hombre lo descubrió, lo volvió a esconder, y lleno de alegría fue y vendió todo lo que tenía y compró ese campo. También se parece el reino de los cielos a un comerciante que andaba buscando perlas finas. Cuando encontró una de gran valor, fue y vendió todo lo que tenía y la compró.



Hoy quiero empezar recomendando una película de Denis Villenueve que se llama Incendies. Es una película sobre las consecuencias de la guerra del Líbano, y que nos permite comprender, incluso pensar, cómo se vive siendo cristiano o musulmán en territorio hostil. Y lo hago desde la sana intención de contraponer lo que normalmente leemos y comentamos, porque lo que para nosotros es como poesía, para otros es una crónica de guerra. Si pueden verla, les aseguro que es sobrecogedora.

En la Tierra hay muchos campos, los hay libres y esclavos, en paz y en guerra, democráticos y dictatoriales… Seguramente hay algunos que desecharíamos si fuéramos como este hombre que paga, pero el pasaje de hoy nos enseña a no rechazar ningún campo sino a descubrir en cada uno el tesoro que esconde. El Reino de los cielos puede hallarse en cualquier rincón del planeta, también en cada hombre y mujer, sólo hace falta descubrirlo. Aunque para vislumbrar el tesoro el evangelista nos hace una propuesta: debe hacerse con alegría. No es que descubrir el tesoro nos alegre, sino que nuestra alegría debe venir de la disposición para hallarlo. Para que exista toda aventura, primero tiene que despertarse en interés, la motivación y la alegría, porque gracias a ésta conseguiremos ir superando obstáculo tras obstáculo hasta llegar al corazón del preciado tesoro.

Cada uno de nosotros tiene siempre accesible algún tesoro: a veces lo encontramos en la pareja, o en un beso por la mañana; a veces lo hacemos en los hijos; otras cuando después de un período de dificultades se sale a flote; otras cuando al paso de los años se descubre que lo siguen amando… Cuando esto ocurre, somos felices. El drama de la humanidad no está en no encontrar tesoros sino en no permitir que se encuentren. Así actúa la justicia, por ejemplo, cuando dicta sentencias a favor de un desahucio, o cuando en la ejecución hipotecaria hay una segunda vivienda de unos abuelos que avalaron a sus hijos, o a sus nietos…

Así también cuando en la Iglesia decidimos quien puede, o quien no, entrar a servir al Señor.


No pongan tropiezo en ningún buscador, no sean como esa muralla que impide el paso, como ese campo de minas que separa dos regiones, como ese pariente que mata a otro por lo que cree. Antes caminen con ellos, cojan una pala y alégrense, y juntos recorran ese emocionante momento de descubrimiento; ayuden a descubrir a las personas, participen de cualquier hallazgo, colaboren con su dinero, con su esfuerzo, compartan la felicidad… Así ustedes, casi sin quererlo, también hallaran un tesoro.

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