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sábado, 30 de enero de 2016

MARCOS 4, 35 DESPIERTEN

Marcos 4, 35 - 41: Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla.» Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?» Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: «¡Silencio, cállate!» El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?» Se quedaron espantados y se decían unos a otros: «¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!»


Una vez, hace dos años ya, me dijeron que hay ocasiones en las que a Jesús hay que dejarlo dormir. Y hay que dejarlo dormir porque, de alguna manera, Dios ha puesto su confianza también en el ser humano. Es decir, que Jesús no viene a ser como una carta de misterio que podemos sacar cada vez que vienen las situaciones a nuestra vida, sino que Dios nos concede autonomía para que también sepamos solucionarlas nosotros mismos. Claro que Jesús prometió su presencia permanente, claro que tenemos la presencia de la gracia y claro que vivimos entre la actuación del Espíritu Santo, pero también tenemos que tener muy interiorizado que en la vida, también nosotros, debemos saber dar silencio.

Fíjense en cómo está el mundo, las cosas que ocurren, sus conflictos, sus tensiones, la falta de diálogo, o la exclusión, el clasismo, la xenofobia... ¿Acaso vamos a despertar a Jesús para que reprenda el mal en el mundo cuando también es algo que nos atañe a todos? Por supuesto que no. Cuando alguien dice que por qué Dios permite el hambre, la enfermedad, el dolor... podemos responderle con el trasfondo de este pasaje, que está en el ser humano la capacidad para reprender la tormenta, el viento huracanado, el hambre, las desigualdades... Quizás Dios venga a ser como ese Padre que espera a que sus hijos e hijas hagan lo debido, tomen las riendas de su vida, sus responsabilidades... Quizás haya un llanto amargo en el cielo, o quizás sea que el hombre y la mujer se han conformado, se han deshumanizado.

Por tanto, ¿no será que debemos, primeramente, despertar a la persona?

Despertemos! Cada uno despierte del sueño que lo atrapa, de ese sueño en el que lo más fácil es pedirle cuentas a Dios y estar aquí sin darle ayuda. ¿Acaso no necesita el Padre la ayuda de sus hijos y de sus hijas? Despierten, prosigan la lucha en favor de la humanidad, peleen la buena batalla contra la precariedad, la violencia, el dolor. Persigan la fe, pero persíganla con decisión, no como esperando que la gracia lo solucione todo, porque aquí no existe la magia y si alguna pócima, algún conjuro, algún encantamiento ayúdense para quebrarlo, porque quizás sí es que estamos hechizados, y ese hechizo nos haga dormir, incluso plácidamente.


¿Quiénes son estos que reprenden al mar y a las olas? Esta es nuestra premisa, la dirección de la comunidad, el deseo incluso de Dios. Pues son los hijos e hijas, los hermanos y hermanas de Jesús, aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la ponen por obra.

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