Juan 3, 31 - 36: El que viene de
lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y
habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que
ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio. El que acepta
su testimonio certifica la veracidad de Dios. El que Dios envió habla las
palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y
todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el
que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.
El evangelista nos sorprende, a veces, con una
escatología de futuro y, otras, con una escatología de presente, como en este
pasaje. Lo importante es que aquí y ahora se crea en el Hijo de Dios y creyendo
en el Hijo se participe ya de la vida eterna, o de la vida del Reino, o del don
de la fe. No hace falta jugárselo todo a una carta esperando el final
escatológico sino que lo que marca el sino de la vida del creyente es que, a
diario, su fe esté puesta en el Hijo. Creer en Jesús es sinónimo de participar en
la vida de Dios y para participar de esta vida divina no tenemos que esperar
sino que podemos formar parte desde ya.
Ese regusto al día
a día marca también una actitud en las comunidades primitivas, pues muchas
comenzaron a perder su entusiasmo ante la tardanza de aquel momento que
esperaban para esta tarde a las seis. Sólo entonces surgió la reflexión de que
el tiempo escatológico era futuro pero que se tenía que trabajar desde el
presente: sea velando como nos dice el evangelista Mateo, sea creyendo como nos
solicita Juan, sea participando de la oración y la fracción del pan como nos
dice Lucas.
Seguimos siendo un
pueblo en esperanza, es decir... que espera que su Señor regrese. Pero esta
espera no tiene que adormecernos, o que cambiarnos el prisma, las prioridades o
las ganas de trabajar en el presente, porque en el presente vive aquel Reino
que ya se había acercado en Jesús y que, como corresponsables, ha quedado a
nosotros. Por tanto, este pueblo que somos en esperanza debe vivir para saber
prolongar, proseguir y conseguir la misma obra de Cristo, de misericordia y de
caridad.
Pues, creer en
Jesús es adoptar un compromiso vivo con los seres humanos y con el mundo y las
situaciones que nos rodean. Unas podran hacerlo de una manera determinada,
otros colaborarán con lo que puedan, pero entre todos debemos ir tejiendo este
brazo visible del Reino de Dios que sigue entre nosotros. Por tanto, no sólo
pensemos en creer como producto de una reflexión sino que adoptemos ese creer
como motor que impulse nuestra acción social y solidaria.
Creer ya no es
sentarse en el sofá esperando, muy piadosos, que vuelva Cristo y nos salve,
sino que es participar de la salvación de Cristo ayudando al resto de personas
a: alcanzar esa misma salvación y a
vivir en plenitud, libertad, dignidad y belleza.
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