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sábado, 30 de abril de 2016

JUAN 15, 18 EN EL MUNDO

Juan 15, 18 - 21: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia. Recordad lo que os dije: "No es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra." Y todo eso lo harán con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió.»


Cuando Juan se refiere al mundo como aquella realidad que se aparta de Dios, bien por ignorancia o bien por rechazo, no podemos pretender pensar que haga referencia a la totalidad del conjunto de seres humanos, territorios geográficos… que pueblan la Tierra. El mundo es en Juan una realidad metafórica que configura una opción respecto de Dios, pero uno una realidad como la podemos entender hoy y que nos llevaría, obviamente, a separarnos de nuestros hermanos y hermanas, de nuestros iguales.

Hoy podríamos decir algo totalmente diferente porque lo realmente importante para cualquier cristiano no es alejarse del mundo, sino implicarse en él. Ser parte activa de una realidad vital que nos interpela a todos desde sus muchas realidades, desde sus muchas circunstancias, desde la pobreza a la problemática de los inmigrantes, desde las desigualdades Norte-Sur a los casos de escasez energética. Incluso es tan necesaria nuestra participación en el mundo que vivimos que hasta en política es necesario que participemos.

¿Cómo sería este mundo si los cristianos vivieran con indiferencia su repercusión? Claro, podríamos vivir como una especie de Esenios pero ello nos llevaría a negar una parte indivisible de la vida que Dios nos entrega, que es la posibilidad de relación, de interacción, o la capacidad de encuentro y acogida, o de entrega… todo ello pilares del Reino anunciado por Jesús.

Por tanto, y con extremo cuidado, la solución a esta época de controversias, polémicas y pérdida del sentido eclesial, no pasa por nuestra indiferencia respecto de las realidades, como si aislándonos tuviéramos ocasión para una mejor relación con Dios sino que pasa por la implicación, cada vez más fuerte y presente, de nuestras comunidades en el mundo, en las ciudades, en los barrios, en los centros y en las periferias, porque no sólo encontramos a Cristo en nuestra relación personal sino que hallamos su gracia operando en el mundo, en este mundo a veces complicado y hostil.


Es una lanza por la valentía, que seamos capaces de sacar hacia el exterior la fuerza de nuestra interioridad espiritual y seamos testigo y testimonio en un mundo que nos necesita a todos.

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